Tertulianos y sardinas

    06 nov 2024 / 08:56 H.
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    Nunca doy consejos porque no me siento poseedora de la verdad”. He optado por no ver y oír las tertulias políticas, pues no me da la gana de que me tomen más el pelo. La primera norma que debe respetar un tertuliano es ser imparcial. Cuando se arrima la sardina quiere decir que no es de fiar su parlamento, y como no es de fiar, la mejor solución para mí es no escucharlos, así que apago la televisión o la radio, y aquí paz y gloria, por no decir, Dios te ampare, imbécil. Las tertulias son interesadas, y la verdad brilla por su ausencia. Ya está bien de falsos oradores, cuyo bagaje cultural está más bajo que el pensamiento de un marrano. El tertuliano debe lavarse los sesos con jabón casero y estropajo, una fórmula mágica y aséptica para tener limpias las ideas. Me aburren los ideólogos parlanchines y charlatanes que están al servicio de su amo, el que le echa en el pesebre la comida y sus menudeces. La libertad de expresión no debe ser coartada por servidumbres serviles. El tertuliano correcto es el que habla con su propia lengua. A los voceros políticos les diría que se vayan buscando otra profesión más digna, más coherente con la moral y la decencia. Si es así, no necesitarán melatonina, esa hormona tan necesaria para dormir a pierna suelta. Como hoy he escrito sobre que cada tertuliano arrima su ascua a su propia sardina, y ésta huele que apesta, cojo mi bote de perfumada lavanda, y así el ambiente es más respirable.

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