Teoría de F. Umbral

09 jul 2022 / 16:17 H.
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A Francisco Umbral le han dedicado una calle en Madrid, en una zona todavía casi deshabitada, con pocos edificios, en Valdebebas, cerca de la Ciudad Deportiva del Real Madrid y del nuevo hospital Isabel Zendal. Umbral reiteró que “Madrid es un género literario”. Y en “Travesía de Madrid”, su primera novela, publicada en 1966 y recién reeditada por Austral, escribe: “Madrid es una dura y luminosa y hermética ciudad, pero la libertad está en las calles”. Porque Umbral describió Madrid como nadie. En un libro posterior, pero muy cercano en el tiempo a este, “Si hubiéramos sabido que el amor era eso”, los protagonistas son un chico y una chica que se conocen en un café —quizás El Comercial— e inician una honda y breve historia de amor, en la que no pasa nada, pero ellos van y vienen por Madrid, cogen taxis, pasean, y disfrutan de “aquel café de primavera con el invierno aún dentro”, del que salieron “cogidos de la mano”. En “Travesía de Madrid” dice el protagonista: “Salimos del café cogidos de la mano”. Porque en este libro suena la música de las previas narraciones breves escritas por Umbral en las pensiones con olor a guiso de su llegada a Madrid desde Valladolid, y se vislumbra ya la prosa sólida, firme, inigualable y poética, que habría de definir en el futuro la fecunda y maravillosa obra umbraliana.

Estamos ante un libro coral, en el que los personajes —sobre todo las mujeres, es una novela con muchas mujeres— van y vienen, caminan y vuelven, desaparecen para reaparecer en la siguiente página. Y brilla, claro, el estilo de Umbral, que entonces era más directo y rápido, como ungido por la urgencia interior del propio escritor, una escritura con numerosos diálogos en la que se mezclan los giros del habla de la gente con lo puramente literario. Hay frases cortas y frases larguísimas, párrafos enteros sin puntos, que Umbral defendía entonces abiertamente. El río del idioma, sí. Y de pronto vibra todo con una inesperada y colosal descripción con la fuerza única que Umbral otorgaba a la prosa: “En el cuarto de baño de una casa de mujeres solas siempre hay deliciosas prendas rosas por los rincones, muchos espejos y algo así como la forma de un cuerpo femenino geológicamente desdibujada por la resaca del agua en la bañera”.

“Travesía de Madrid” es un libro actualísimo aunque hayan transcurrido 56 años desde su primera edición, porque las tribus —Umbral publicó en 1999 “Madrid, tribu urbana”— que describía en la Gran Vía, Argüelles, Prosperidad o el Pozo del Tío Raimundo, han cambiado de indumentaria o han modificado costumbres, las fachadas de las casas de cuando entonces se han arreglado o se han construido edificios nuevos, pero el espíritu y la atmósfera son idénticas. Y al beber agua en la fuente de alguna calle madrileña, que aún quedan algunas, se ve “el cielo y los edificios del revés”. Porque el cielo de Madrid es ahora el mismo que acompañó a Umbral en su juvenil travesía camino del Café Gijón, o sea, de la gloria literaria, con una prosa que se ha hecho eterna, deslumbrante, magnífica. “El género es la escritura, en cualquier caso, y el yo es la hélice de esa escritura”, señala Ángel Antonio Herrera en su pulcro prólogo. Ahora que la eternidad dura los 40 segundos de una noticia en el Telediario, asombra la actualidad fulminante y permanente de Francisco Umbral. Pregunta la niña Lilí al protagonista: “¿Y Madrid llega hasta el mar?”.

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