Templando gaitas

31 oct 2019 / 09:20 H.
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Me contaba un amigo que hay un sistema en los televisores para ver las corridas de toros dejando el sonido ambiente de la plaza y quitando la voz de los comentaristas porque dice que, algunas veces, lo que te cuentan no tiene nada que ver con lo que estás viendo. Lo voy a llamar a ver si se puede hacer lo mismo para los desórdenes públicos de Cataluña, convertidos en espectáculo mediático por alguna cadena de televisión. De esa forma se podría escuchar mejor el sonido ambiente y definir o calificar lo que vemos sin que nadie nos lo cuente. Y aún así se debe tener cuidado, porque con imágenes sin voz también se manipula la información. “Pon la capa donde la veas, y aunque la veas no te lo creas”, reza un dicho referido a Beas.

Poder silenciar con el mando a distancia los comentarios de la tele y dejar la imagen y el ruido de lo que está pasando sería un buen experimento para hacernos una idea propia de lo que vemos. Aunque nos perdiéramos —o precisamente por eso— las expresiones de la moderna semántica periodística respecto al derecho de manifestación. Por ejemplo, nos quedaríamos sin saber que cortar una autovía, dejando más de treinta kilómetros de coches y camiones estancados, es una manifestación pacífica, o que andar por ahí encapuchados destrozando calles y escaparates, cerrando colegios y universidades, quemando contenedores y apedreando policías con adoquines arrancados de la propia calzada, no es una salvajada propia de delincuentes sino una manifestación. Eso sí, en este caso se califica de violenta. Osea que ambas cosas son manifestaciones, y como tales son justificadas, unas veces a las claras y otras más bien callando, por gobernantes que están en rebeldía persiguiendo unos objetivos tan injustos y poco solidarios como ilegales en la manera de defenderlos.

En Cataluña han cuadrado el círculo con una nueva forma de expresión, la violencia pacífica. Tampoco nos enteraríamos, si quitamos voz a la tele, de la evolución diaria de la cantada proporcionalidad, otro concepto en revisión que se fija en la comparativa de heridos entre delincuentes y policías, obligados éstos a aguantar agresiones sin hacer uso de sus defensas. Y lleva razón el presidente del Gobierno cuando dice que hay que usar la templanza. Pero la templanza entendida en todas sus acepciones. La templanza implica moderación y un gobernante está obligado a ser templado. Pero también está obligado a templar a los destemplados. Y la inacción de Barcelona, con policías acorralados, pateados y apedreados, es del todo intolerable.

Parar, templar y mandar, dice la tauromaquia clásica. El que manda tiene que tomar decisiones y hacerlo cuando la situación lo requiere, sin pensar en si a él le conviene. Porque cada piedra que cae en la cabeza de un policía —de cualquier cuerpo, que todos son nuestros— es también una pedrada en las nuestras. Aquí los demócratas —a ver si quitando volumen a la secta de la sexta nos enteramos— son los que llevan escudo, porra y casco y los fascistas los que quieren imponer su trasnochada ideología financiando y dirigiendo bandas de desalmados. Se templan el aire y el agua, la guitarra y la flauta, se templa hasta el acero y se templa la espada, se templan los toros y se templan gaitas. Pero cuando se calienta tanto alguna gente, tenemos a la policía para templar el ambiente. Para templar, no para que la templen.

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