“Teatrifurgo” de La Paca
Los cómicos, históricamente, se nos han antojado como un grupo de nómadas, de viajeros en el espacio temporal y físico, en busca de ofrendar su trabajo sobre escenarios en ocasiones improvisados, quizá incluso sin condiciones y de recibir solo el aplauso de un reducido número de asistentes ilusionados o la mirada ensimismada de un chavalín que descubre a unos personajes por primera vez sobre una tarima de madera.
Estos cómicos beben de la memoria cinematográfica y nos llevan a aquella compañía con Fernán Gómez a la cabeza mientras recorren, en camioneta o a pie, los caminos de la Castilla profunda. Aquel “viaje a ninguna parte” llevaba a los actores a sus propias entrañas, a su corazón dolorido frente al telón inexistente pero el gusanillo del teatro parecía insuflarles un ánimo que prácticamente desaparecía cuando bajaban del minúsculo escenario de la cantina polvorienta o de la plaza inclemente.
Ese espíritu de búsqueda, de consagrada ofrenda al espectador, les permite, a ellos y a nosotros, mirarnos en un espejo que refleja y muestra el lado que nunca vemos pero que imaginamos. Los actores y actrices nos ven y nosotros los vemos. En ese juego de miradas de doble registro radica la esencia mágica del teatro. Y la buscan, la buscamos, a lomos del bus urbano, de la caminata, del vagón de tren, del pedaleo de la bici primigenia, del coche sin aparcamiento y, claro, de la furgo.
La furgo ha sido, y es, un personaje más en las idas y venidas de cómicos de muy distinta procedencia y ralea. Si cerramos los ojos por un instante y repasamos nuestros recuerdos seguro que damos con aquel vehículo decorado en plan hippie sesentero, una furgo en toda regla, cuyos viajeros eran, nada más y nada menos, que Scooby-Doo con Freddie, Daphne, Velma y Shaggy. Como acompañantes del perro rastreador de misterios. ¿No son también misterios lo que buscan desentrañar los cómicos cuando se acercan a un pueblito perdido en mitad de la nada, de esos que nunca tuvieron teatro y que solo disfrutaron de un deslucido cine “fallecido” en los años setenta? Los misterios del teatro, de la música, de la danza, circulan a nuestro alrededor y muchos de ellos en una “teatrifurgo” que con solo verla aparecer ya nos enardece el aplauso y las ganas de disfrutar de lo que el escenario nos ofrece. Me viene a la cabeza otra furgo, quizá esta más bien minibús, en la que la familia Partridge, a la que aquí conocimos con “Mamá y sus increíbles hijos” recorría los USA llevando canciones a los más recónditos lugares capitaneados por Shirley Jones. Otro recuerdo de arte viajero, de cómicos y músicos de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de rincón en rincón. Sin necesidad de echar mano de la memoria catódica acabo de recrearme en la plaza de Campillo de Arenas a mediados de los sesenta con una silla que había que llevar de casa y disfrutando de una compañía de circo y “variedades” para todos los públicos en una tarde de verano dado ya a sus últimos estertores preotoñales. Aquella visión que ahora sé que nunca he olvidado a pesar de estar escondida en el pasillo trasero de la neurona vigilante, me persigue y me hace ser fanático de los cómicos, de cualquiera de ellos, de su ir y venir, incluso de los atrezos mal conservados entre metas volantes y maleteros rugientes.
Hoy veo una nueva furgo, una teatrifurgo de “mis” y nuestros amigos de La Paca. Van llevando su esencia teatrera por Lopera, Villardompardo, Hinojares, Noalejo, Huesa, Higuera de Calatrava, Benatae y muchos otros pueblos jaeneros en este agosto de ebullición climática a la que un buena representación hace bajar algún grado que otro la temperatura y eleva, a la vez, la de nuestra incandescente ilusión por disfrutar de un buen teatro desde Lorca a Andersen pasando por cuentos clásicos para niños y no tan niños o un Romeo y Julieta para dar ese punto de romántica “frescura” a la caída del telón. La teatrifurgo llega a tu puerta. Ábrele tu corazoncito al teatro y no te pierdas lo que te ofrece. Palabra de La Paca.