Sufragios

12 jun 2024 / 08:56 H.
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Una vez oí hablar de un político muy extraño. Una persona que, durante un importante debate, en pleno hemiciclo, subió al estrado y en lugar de cargar contra la postura de su rival, soltando la clásica retahíla de improperios y descalificaciones, hizo algo inédito: dio la razón a su oponente. Tras escuchar los razonamientos del orador del partido contrario pidió la palabra para proclamar: “Me has convencido, yo estaba equivocado. Tu propuesta es más razonable que la mía”. Todo el mundo quedó atónito. Nadie sabía cómo reaccionar. Sus compañeros le miraron extrañados y los de la oposición hicieron patente también su desconfianza. La presidenta de la Cámara pidió que semejante comentario fuera inmediatamente eliminado del diario de sesiones.

Puede que algo así no haya pasado nunca jamás. Que todo sea una leyenda, una fantasía, una ficción. El caso es que alguien me juró que era verdad, que aquello ocurrió hace pocos años, no muy lejos de aquí. También me contaron que al hombre le abrieron un expediente y fue expulsado de su partido político. Según la dirección nacional traicionó la disciplina de la formación. Y sus oponentes le dieron de lado pensando que se trataba de un trásfuga que pretendía lucrarse. Nunca más volvió a ser candidato de sufragio alguno.

No sé por qué, a mí, la palabra sufragio me ha sonado siempre un poco a naufragio. Un sufragio es como un naufragio en el que no todos los votos sobreviven. Algunos, minoritarios, se ahogan, pero la mayoría sobrevive refugiándose en urnas que remontan las olas del desencanto.

En el primer sufragio universal, Noé planteó a los representantes de todos los animales de la creación, que ratificaran una nueva Constitución biológica planetaria que, con pequeñas modificaciones en artículos menores, ha llegado hasta nuestros días. Ha llovido mucho desde aquel mítico diluvio, pero continuamos haciendo sufragios para tratar de conducir la errática nave social a buen puerto. Yo me uní, al cumplir 18 años, a esa tripulación de remeros que cada cierto tiempo decide cuál va a ser su timonel. Las olas, las corrientes, los vientos, las mareas... hay muchos factores que deben tener en cuenta los candidatos a la hora de plantear su programa de navegación. Pero todos juran y perjuran que su rumbo es el bueno y que las propuestas de los otros partidos nos conducirían al abismo del margen de los mapas.

Paseo por la calle y noto miradas intensas que tratan de llamar mi atención. Ojos penetrantes que insinúan excitantes promesas. Son fotos de propaganda política de los últimos recientes comicios, desactivadas por la implacable realidad.

Una cierta tristeza post-voto se apodera de la ciudadanía después de un sufragio. Los líderes, durante la campaña electoral, trataron de seducir a las masas buscando la unión y la adhesión entusiasta. Pero toda aquella excitación que llegaba a su clímax en los mítines multitudinarios y se consumaba con la introducción de la papeleta en la urna, todo aquel paroxismo ideológico tiene un solo fin, la reproducción democrática que se materializa con el alumbramiento de una nueva legislatura. Y ahora, tras el éxtasis de la fiesta electoral, hemos parido una nueva criatura colectiva que tendrá los rasgos que nos definen como sociedad. Ojalá tengamos buena travesía hasta la hora del próximo sufragio.

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