Sopa, puré, tomate y “superglue”

    13 nov 2022 / 16:00 H.
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    En algún recóndito rincón de la mente de ciertos activistas en favor de ecologías variadas debe existir un pulsador que se activa cuando se encuentran frente al arte, a la cultura, a la historia que nos ha traído hasta aquí. Y ese botón debe estar conectado a las neuronas más absurdamente dañadas de su ya de por sí presuntamente enajenado cerebro. ¿Cómo entender, si así no fuera, que desde su fuero interno les asalte el ineludible deseo de vandalizar a la “Gioconda”? ¿Acaso piensan que está hambrienta tras años de exposición y le lanzan una tarta para calmarla? Algo extraño debe atravesarles las meninges para proceder de ese modo.

    Pero quizá sea un virus lo que tienen inoculado, presuntamente, en sus hemisferios cerebrales. Un virus contagioso si revisamos las últimas acciones llevadas a cabo por esta horda de incultos funcionales. Van Gogh, Monet, Picasso y hasta nuestras Majas de Goya están siendo víctimas del ecovandalismo galopante que no solo agrede al cuadro, sino que se pega a las paredes o a los marcos para evitar ser desalojados con rapidez. El hecho de atacar obras de arte de grandes artistas no es ninguna novedad. La diferencia es que en otros tiempos dichas agresiones provenían de personas desequilibradas o con problemas psiquiátricos. ¿Y ahora? En 1956 se lanzó conta la Gioconda una piedra que rompió el cristal y en 2009 le lanzaron una taza; en 1974, pintura contra “Los Girasoles”; En 1911 y en 1990 atacaron “La Ronda de Noche” de Rembrandt; en 1914 le tocó a “La Venus del Espejo” de Velázquez; en 1962 y en 1987 fue “La Virgen y el Niño con Santa Ana y San Juan Bautista” de Leonardo da Vinci; en 1974 el “Guernica” de Picasso; en 2003, “La libertad guiando al pueblo”, de Delacroix. Tampoco las esculturas han quedado al margen de los vándalos: La “Piedad” de Miguel Ángel, en 1972 sufrió una serie de martillazos; “La Sirenita” de Copenhague, en 1964, 1984, 1998 y 2003 ha sido una de las más afectadas.

    Y todo ello ¿para qué? ¿Realmente se consigue reivindicar algo, por muy justo que pudiera parecernos, dañando joyas de nuestra historia, de nuestra civilización? ¿Se está produciendo una especie de “efecto llamada” para que activistas climáticos, políticos, económicos, sociales o de las más variopintas procedencias ideológicas hagan acopio de purés, tintas, sopas, pinturas y superglues para pasear impunes por museos y salas de exposiciones? ¿Desde cuándo se puede entrar en los grandes espacios museísticos cargado con semejante equipaje? ¿Se avisa a periodistas y fotógrafos afines para que inmortalicen el desafuero? ¿Qué “locura” se esgrime ahora para agredir a las obras maestras? ¿No hay otras opciones? El arte es de todos. Preservémoslo.

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