Sonreír sin favor

05 dic 2016 / 12:02 H.

Pocas cosas existen en este mundo que tengan más valores de convicción que una sonrisa. La sonrisa es el idioma más universal y la moneda más a mano con la que se puede pagar un gesto de forma que todos entienden. Dice una filosofía que “allá donde vayas y no encuentres una sonrisa, ponla tú”. Con la sonrisa se pueden ganar voluntades y no cuesta nada. Solo hay que llevarla dentro del corazón y hacerla aflorar cuantas más veces al día, mejor. A veces no es fácil, pero si lo fuera siempre no tendría mérito devolver con un gesto amable una destemplanza. Precisamente hoy les hablo de un buen amigo que prodiga la sonrisa en todo lo que dice y en todo lo que hace. Es así de natural y, lógicamente, siempre resulta agradable encontrarle y hablar con él.

Este hombre de carácter jovial y abierto y sonrisa fácil se llama Pedro Martínez Doménech, a quien conozco desde hace muchos años, desde que estaba novio con Luisa, ya tristemente fallecida. Además, si los valores de Pedro fueran pocos, tiene el inmenso aval de su hermano Paquito, uno de mis amigos más entrañables, que vive desde hace más de 65 años en Canarias, añorando cada minuto de su vida su tierra jiennense y cuyas venidas cada día se le hacen más difíciles. Los dos nacieron en Huelma. Paquito, el mayor, vino a Jaén con 7 años y Pedro tenía poco más de uno. Los dos sienten orgullo de ser jaeneros. Pedro comenzó a trabajar en los Almacenes Lyon y, cuando tuvo ocasión, marchó a trabajar con su hermano en el centro comercial que este había levantado en Tenerife. Cuando regresó a Jaén, conoció a Manuel Martínez Ortas, con quien estuvo trabajando como viajante en Corominas el resto de su vida laboral.

Pedro tiene ya 81 años y el fervoroso amor de sus cinco hijos y sus ocho nietos. Tiene donde invertir su tiempo libre y, además, ahí está su amor por el campo, su gran afición, aunque también le hace un hueco al dominó. Pedro es secretario de la Asociación de Vecinos Cauce, para la que también tiene un tiempo disponible. Hace pocos días vino a visitarme a mi casa. Me traía un gentil mensaje de su hermano Paco. Fue con ese motivo por el que me vinieron a la mente muchos viejos y reconfortantes recuerdos compartidos con los dos Doménech cuando éramos jóvenes. Aunque, gracias a Dios, la vida y la amistad siguen. Y las ganas de sonreír, también.