Sobre un mar de nubes

    24 jul 2025 / 08:59 H.
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    El elevado sendero ascendía sin prisas, como si una fuerza lo retara, impidiendo su avance. Casi sin aliento aparecía en la explanada recuperando el sentido. Todos los compases se habían descolocado de su ritmo y parecían caer de repente, como si la máquina cansada, ya no pudiera seguir intentando hollar con sus huellas, el último bastión de la cadena.

    Pequeños tapices de briofitas poblaban los muros cenicientos, proporcionando manchas amarillas sobre la superficie de las piedras, que habían cedido su desigual figura para que ellas, le dieran formas más voluminosas, acariciando la dureza de su fisonomía.

    Un pozo verde se escondía de la vista oculto en el silencio de oraciones. Sus aguas se teñían del colorido de las plantas que auxiliaban su entorno. Reflejaba en su interior un curioso aspecto, como si las ondas quisieran abandonarlo y brotar como una fuente de la reja que lo custodia. No se veía la luz del sol, ni
    siquiera su entorno completo, sólo un fragmento se mostraba como si asomara su mirada a través de los travesaños
    que lo encierran.

    Las palabras sobraban en este lugar, el silencio se dejaba llevar de la mano y no deseaba desaparecer, sólo la voz del interior podía avanzar sin que el sosiego y la tranquilidad se vieran agitados. La altitud de la peña hacía volar a los sentidos, aquella mañana la brisa no rompía la paz, más bien, acariciaba levemente con sus manos el entorno sagrado.

    De repente, una espesa nube empezó a reclinarse bajo el firmamento, mientras el astro rey permanecía sereno sobre el cénit, sonriente, luminoso...

    Mas sus corpóreos y voluminosas formas, en un momento, dejaron de poder percibir la belleza de los valles y la vegetación desordenada de la pendiente.

    Fue como si una enorme masa de espuma desigual, hubiera caído directamente del cielo y sus abultadas figuras se agrupaban para formar un extenso mapa de otras realidades.

    Un mar de nubes, en muchas ocasiones, se deja posar suavemente sobre el cielo azul intenso ocultando el paisaje callado que cae sin hacer ruido. Y allí, bajo la peña donde vive la Esperanza, surgían oleadas de blancor, haciendo desaparecer todo. Pero facilitando que aquel lugar repleto de culto fuera mucho más bello, sereno y recoleto.

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