Sobran homenajes

20 sep 2022 / 16:33 H.
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Dada la velocidad a la que se consume la información sobre la que tener una opinión, quizás no les interese lo que deseo compartir, pero no veo otro modo mejor de resistencia que la insistencia. Falta materializar los “Derechos sociales”. Acciones, recursos y no palabras. La periodista presentaba la noticia con sorpresa y perplejidad, tratando de generar un momento emocionalmente dramático ante el relato de Don Mariano Turégano, que narraba el maltrato colectivo recibido en su residencia de personas mayores este verano a “nuestros” representantes. No sé si se trataba de una técnica para captar la atención u oportunismo, porque la novedad vende. ¿Dónde está la primicia? ¿De qué quiere que nos sorprendamos? No es una sorpresa, si una situación dramática que no nos permitimos visualizar. No reconocemos y menos aún recordamos. Nos justificamos diciendo que la sociedad líquida en la que vivimos hace que todo lo que nos ocupa y prestamos atención es efímero. Nos amparamos en que no queremos ser así, pero que se debe a la presión social. La sociedad, ese eufemismo tan recurrente para justificar nuestras responsabilidades públicas y privadas. Todos de un modo u otro contribuimos a la exclusión, marginación, de las personas mayores. Nadie está exento. No veo rechazar memes o chistes sobre la condición de ser mayores o juicios sobre su situación de parásitos. Admitimos la solidaridad cuando somos receptores de la misma. Cuando no es así, nos roban. La obligación de la responsabilidad pública pasa a ser la defensa del interés individual, viendo que contribuir es dejar de tener, perder, ser ingenuo dejando que te roben. No es la sociedad, ni el político, ni el empresario. Somos las personas que no dejamos espacio social, para ser, para hacer y demostrar a las personas mayores. Paternalistamente hemos encontrado una justificación a nuestra disonancia para sentirnos bien. Hablamos de ellas desde un falso cariño, más impreciso que un like en las redes, llamándolos abuelos y abuelas. Pretendemos dar atención segura a las mismas, pero sin el reconocimiento de lo que debe ser una calidad de vida integral. La que reclamamos para el resto. Solo medidas asistenciales en la que ha surgido toda una industria de la atención, que como cualquier otra, busca optimizar la ganancia. Con la vida no se puede buscar “hacer dinero” para dar al accionista. No se puede cosificar y mercantilizar la vida de las personas mayores. Podemos seguir sorprendiéndonos dramáticamente, buscar responsables a los que señalar y al día siguiente olvidar la situación. Hasta que te toque cerca. Todo el mundo quiere ser joven pero nadie envejecer, decía la canción. Hasta mediados del siglo XX, ser joven era un freno social para el éxito. Ahora vivimos el mito de la eterna juventud. Para Bruckner: “Han reinventado la juventud y creen que están reinventando la vejez”. Es la justificación para olvidar, despreciar y rechazar a las personas mayores, hasta el punto de sentirlos parásitos que detraen recursos públicos. El drama somos las personas que no actuamos exigiendo servicios públicos de calidad para las personas mayores. Un servicio público nunca busca obtener ganancias, sino mejorar la atención de las personas usuarias. ¿Quién es responsable de estas situaciones y de las que dejemos que ocurran? Acusen a quien quieran, pero la respuesta la encuentran al levantarse frente a su espejo.

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