Simplemente amor
Es difícil entender que cuando el mundo cristiano conmemora y celebra en este día, Viernes Santo, la lección de generosidad del hombre que murió por amor a los humanos, estemos lamentando el reciente atentado terrorista sufrido en Bruselas. No tiene explicación, ni justificación que existan seres llamados humanos que seguen la vida sin discriminación, sin motivos, de personas anónimas, inocentes, ajenas a los turbios y criminales manejos ambiciosos de seres sectarios que nadie sabe qué buscan, ni qué pretenden con su barbarie. Hay quienes los justifican por un problema de religión, pero no creo que exista un dios, en ninguna cultura, que sea un asesino. Por lo tanto, no deja de ser una excusa utilizar el nombre de un dios para cometer un acto tan abominable. No creo —ni quiero creerlo— que haya una sola persona de bien que no condene estos actos terroristas, aunque ahí está Podemos que no sabe a qué atenerse. Pero hoy no voy a hablar de los políticos, porque el paso de Nuestro Padre Jesús por las calles jiennenses absorbe todo otro pensamiento y solo mueve al amor, al perdón, a la concordia y a la paz. Y esto lo sienten todos los jaeneros por muy ateos que sean. Ya conocen aquella vieja anécdota de un ateo confeso que, a la salida de Nuestro Padre Jesús de su templo, gritaba emocionado “¡Viva El Abuelo!”. Un amigo que le conocía bien le dijo: “¿Cómo tú que no crees en Dios gritas con tanta emoción viva el Abuelo?”. El ateo contestó: “¿Es que tú vas a comparar a Dios con Nuestro Padre Jesús?”.
Este pequeño milagro se produce cada Viernes Santo cuando Jesús Nazareno sale y se acerca a su pueblo. No hay un solo jiennense que, al mirar su rostro, no se conmueva. Y en esa mirada no perciba consuelo, amor. En esos instantes no hay nadie que no se sienta mejor persona porque se siente invadido por el amor fraterno. Si el amor fuese el eje sobre el que el mundo girara el mundo sería realmente un paraíso. Y Dios es un Dios de amor, tan generoso que, cuando nos dio sus diez mandamientos, para mí, nos dio nueve de más. Quizás porque Dios es generoso y quiso que el hombre, menos inteligente de lo que se cree él mismo, lo entendiera. Con el primero, con amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos bastaría. Si cumpliéramos con este mandamiento, todo lo demás sería añadidura.