Siempre con el Real Jaén

22 jun 2019 / 12:15 H.

El Real Jaén ya no estará este fin de semana en los partidos de los play off de ascenso. Lo eliminó el Algeciras el pasado domingo. El escritor argentino Eduardo Sacheri describió en la novela “El secreto de sus ojos” (Alfaguara, 2009) mejor que nadie la tristeza del fútbol. “Ora vez esa desesperanza, ese peso, esa pena por el maldito fútbol”, decía uno de los personajes del libro. El Real Jaén encarna la tristeza del fútbol. Ahora afronta su tercera temporada consecutiva en Tercera División. El Real Jaén lleva más de cincuenta años sin estar tres campañas seguidas en Segunda División. Pero este equipo es un trozo de vida para muchos jiennenses que lo hemos seguido siempre allá dónde estábamos. A veces, muy lejos de Jaén. Buscando su resultado en la letra minúscula de los periódicos deportivos de alcance nacional. O muy atentos a la radio para escuchar cómo había quedado ese domingo entre un aluvión de resultados de equipos menores. Y ahora, por internet.

Pero en junio de 1967 hubo un domingo sensacional en el que el Real Jaén ascendió de Tercera a Segunda —entonces no existía la Segunda B—. En casa se siguió el partido —creo que en Éibar— desde el transistor Sanyo, pero también aquella televisión en blanco y negro de entonces informó esa tarde del transcurso de aquel partido, con el resultado en un letrero que se superponía a las imágenes de “Bonanza”, primero, y de “Escala en Hifi”, después, con Monchi cantando: “Alta fidelidad, alta fidelidad, hola, queridos amigos...” Y el Real Jaén subió, y en el bar ‘La Unión’, que estaba en la calle Maestra, colocaron un cartel que decía: “El Jaén, campeón y el Éibar, de regón”. La temporada 1967-68 estuvo en principio —luego terminó en descenso— llena de euforia. Diseñaron unos carteles con la imagen de Arregui, pañuelo blanco anudado a la frente, lanzado a un valiente remate de cabeza en plancha, carteles que se pegaban las semanas de partido en La Victoria en los bares, en el Montana, en el Manila, en Los Amigos, en La Española, en la taberna de Gorrión, en la cafetería del Cervantes, en el salón del Casino Primitivo, en la pared del cine Rosales, y en la fachada del cine San Lorenzo. Arregui, ya fallecido, pero todavía vivo, sí, en aquellos carteles que recordaban a un Real Jaén furioso y ganador.

En casa había alguna foto del Real Jaén de los 50, en Primera, y Arregui parecía, o nos parecía a nosotros, entonces niños, un tipo elegante y con glamour, como un artista de Hollywood que se hubiera fotografiado con el equipo durante una visita a Jaén para rodar una película. Arregui, que estás en los cielos. Y durante las mañanas de domingo de aquella temporada un Seat 600 de color blanco con un altavoz en el techo recorría las calles de Jaén anunciando los partidos y terminaba con la exclamación: “Al fútbol, al fútbol”.

Nunca se sabrá con certeza en qué punto remoto se torció la historia del Real Jaén. Pero ahí está, clavado con chinchetas en el corazón, este equipo hecho de lágrimas, de recuerdos tristes, pero de un inmenso, incomprensible y eterno cariño. Porque es parte esencial de la vida de muchos jiennenses por esa magia inexplicable del fútbol. El Real Jaén es una deslumbrante, maravillosa y sobrecogedora tragedia griega en una desesperada y permanente búsqueda de autor. El Real Jaén. Siempre.