Siempre acertar

    21 jun 2021 / 14:03 H.
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    Quiero fijarme hoy en un fenómeno en el que seguramente ustedes también hayan reparado. Hay algunas personas —pocas, muy pocas— con una cualidad especial: digan lo que digan y hagan lo que hagan me parece adecuado, pertinente y cabal. La cosa es llamativamente extraña porque es mucho lo que uno dice y hace y nadie hay tan perfecto que acierte siempre. Quiero aclarar que esas personas de las que hablo tienen esa peculiaridad para mí, de manera que para otras personas pueden resultar totalmente normales, dándose también la situación inversa. Eso no significa que el fenómeno sea subjetivo, pero sí que no todos estamos en la misma disposición para detectarlo en la misma gente. Piensen un momento si hay en sus vidas alguien así, alguien del que sepan de antemano (de un modo “a priori” en el más puro sentido kantiano) que cuanto va a decir sobre cualquier asunto será inteligente, oportuno, sagaz. ¿Y no es sumamente raro que así sea? ¿Qué poder vemos en ellos que no vemos en los demás, por sabios que sean o preparados que estén?

    He hecho referencia al “a priori” kantiano, y tal vez esa sea la idea que pueda iluminar este fenómeno. Que algo sea “a priori” quiere decir que es independiente de la experiencia, de nuestro mundo de los sentidos, que no necesito mirar nada para saber que me lo voy a encontrar. Si digo que un triángulo tiene tres lados, ¿necesitaré mirar todos los triángulos habidos y por haber para saber si estoy en lo cierto? Obviamente no. Si dibujas un triángulo y lo tapas con la mano, antes de que la levantes yo sabré, y no me equivocaré, que tiene tres lados. Podrás hacer miles de triángulos, antes de enseñármelos yo sabré que todos y cada uno poseen tres lados. Lo sé “a priori”.

    ¿Qué ocurre con las personas de las que estoy hablando para que, antes de que digan nada, sepa ya que acertarán? Como es imposible que nunca se equivoquen, su acierto no debe provenir del contenido sino de otro sitio. Y aquí está el “quid” de la cuestión. Lo que dicen (y lo que hacen) lo dicen desde sí. Nace de una manera de ser, de un carácter, que nos parece admirable. Adviértase que estamos ante dos aspectos distintos que se dan unidos en esas personas: un modo de ser excelente y el logro de expresar ese modo de ser en cuanto dicen y hacen. Eso explica por qué sabemos de antemano ante una de esas personas que no fallará. Aun errando en sus apreciaciones, las hará desde sí, y es justamente ese sí mismo el que nos maravilla. Como ese sí mismo está en toda su actuación, siempre nos parecerá, haga lo que haga, asombrosamente prudente. Este enfoque también permite entender el que, al ver la misma opinión en otra persona, no nos cause el efecto. Ortega gustaba de repetir aquello de “Duo si idem dicunt, non est idem”, es decir, si dos dicen lo mismo, no es lo mismo. Y así es. La misma cosa dicha por otro no lleva consigo el sí mismo (que se manifiesta en la entonación, en el gesto, en la coherencia con otras cosas dichas anteriormente) de la persona que nos atrapó por su sensatez. Por eso no es lo mismo, y lo que en uno nos parecerá oportuno en otro puede ser absurdo.

    La parresia, que etimológicamente significa “decirlo todo”, se aplicaba en la filosofía grecorromana a la capacidad que tiene el maestro de mostrar el curso de sus pensamientos, exponiéndolo con naturalidad (el discípulo, por el contrario, ha de saber callar: recuerden el texto de Plutarco sobre cómo se debe escuchar). Un ejemplo de ello lo tenemos en las notas que publica Arriano de las disertaciones de Epicteto, en las que intenta captar el carácter conversacional de su discurso, intentando llegar al alma del lector con la fuerza con que su maestro llegaba a la de sus oyentes. Y es que es la conversación la que conviene a esta manera de decir, que se apoya en el kairos, el momento oportuno. Lo que nos abre a una relación de amistad entre el que tiene parresia y el que la recibe. Por eso la virtud de las personas objeto de este artículo destaca especialmente en la conversación, un arte propio de la amistad.

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