Setentones y martingalas

    27 jun 2024 / 09:09 H.
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    Cuando nos toca vivir por encima de los setenta añitos, casi todo se nos complica, todavía más. Por ello es difícil entender la frasecita “¡Qué bien te veo!”, pues nos suena a vacío, falsedad, justificación... y hasta malaleche, en ocasiones.

    Pero es peor aún creérselo. No se desprecia un halago, pero todo depende de la intencionalidad del que lo lanza. Es preferible un saludo cordial y sencillo, en donde se ausenten los calificativos, antes que una retahíla de floreos y requiebros. A partir de los setenta estamos como mejor podemos: engañándonos piadosamente, sobreviviendo, tirando del carro como mejor sabemos y esperando, siempre esperando. Con bastante humor hemos redescubierto las martingalas. Recuerdo que las martingalas son unas artimañas, argucias para engañar, unas veces a los demás, y la mayoría a uno mismo. Y, al mismo tiempo, son tan necesarias que es difícil prescindir de ellas, pues van proporcionalmente aumentando conforme se cumplen años.

    Supongo que en el campo presencial tienen más preeminencia los sentidos. Nos va fallando la vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato... pero se nos agudiza el ingenio buscando fórmulas sustitutorias, trucos, en definitiva, que nos alegran y nos solucionan parcialmente nuestras deficiencias.

    Ejemplos hay tantos que sería interminable la exposición. Todos ellos nos hacen sonreír, con cierto sabor agridulce, pero, pensando de manera positiva, son unos ejemplos que nos afianzan en nuestra independencia. Recuerdo aquel amigo ciego que reclamaba al camarero la copa de vino bien llena, ante el espanto de los que estábamos con él.

    Y es que, con gran habilidad y discreción, metía el dedo en el cristal y notaba el nivel del líquido. El de la barra no había cumplido con la manda de llenar hasta arriba.

    ¿Quién no ha pasado un mal rato poniéndose los calcetines o los zapatos, al habérsele despistado el calzador de palo largo? O, ¿quién no las suda para alcanza aquel paquete en lo alto de la estantería o no encuentra el alfiler caído al suelo? ¿Y los que huelen poco en un supuesto escape de gas?

    Bueno, así, podríamos rellenar folios y folios. Habría que hacer un monumento a los “martingalistas” por lo que nos aportan en la cuesta abajo de la vida.

    Diario JAÉN


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