Ser y pensar diferente

    22 sep 2024 / 12:21 H.
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    Es un hecho empírico comprobable desde el sentido común, antes de ser una constatación del pensamiento científico, que, desde el punto de vista biológico, psicológico, social y cultural, los seres humanos diferimos unos de otros. Ni dos gemelos univitelinos son iguales. Cada uno de nosotros constituimos una radical individualidad al lado de otras tan singulares como la nuestra. La particular dotación con la que venimos al mundo, el uso que hacemos de nuestras cualidades, la singularidad de los contextos por los que transitamos, la peculiar asimilación que hacemos de esos contextos y las iniciativas individuales que tomamos, hacen de cada uno una persona con una biografía y una idiosincrasia singular, diferente. La comprensión de las diferencias humanas encuentra en el término “diversidad” su mejor forma de expresión y desarrollo lo que supone, en principio, un cambio radical en el discurso educativo-pedagógico que encuentra su fundamentación en los cambios epistemológicos, políticos, socioculturales y éticos que confluyen en nuestro contexto. El concepto de diversidad lleva aparejados otros dos conceptos que a menudo se confunden: diferencia y desigualdad. Hablamos de personas diferentes cuando las relacionamos con capacidades intelectuales, psíquicas, sensoriales, motóricas... etcétera. y desigualdad cuando tenemos en cuenta manifestaciones relacionadas con factores sociales, económicos, culturales, geográficos, étnicos, religiosos... etcétera. Podemos observar claramente dos dimensiones de estas manifestaciones: diversidad, entendida como todo aquello que hace a las personas y a los colectivos diferentes, por cuanto la naturaleza humana se revela como múltiple, compleja, diversa y desigualdad como aquellos procesos que establecen jerarquías en el saber, el poder o la riqueza de los individuos o colectivos. Las pautas de intervención, desde una opción democrática, deberán regirse por dos líneas estratégicas: respetar/compartir las diferencias y compensar/superar las desigualdades. Es un hecho reconocer que en el corazón de este debate se encuentra la idea del reconocimiento de la diversidad de la condición humana. No en vano, muchas personas han sido y siguen siendo excluidas de la sociedad por el mero hecho de ser y pensar diferente. Por otro lado, el hecho de ser diferentes implica que los seres humanos en su dimensión social y relacional tienen la capacidad de pensar, entendida como un proceso cognitivo que se manifiesta a través del juicio, del razonamiento, la formación y comprensión de conceptos y la deliberación, entre otros. Sin embargo, a lo largo de la historia política e institucional de todos los países del mundo pensar diferente siempre ha sido un problema aun cuando creemos que un pensamiento diferente siempre es enriquecedor. En una sociedad como la nuestra más allá de la confrontación de ideas, propia de un sistema democrático, existe en la actualidad un fenómeno que va en aumento en la mayoría de las democracias arraigadas y que se convierte en algo perverso mediante lo que viene en denominarse la polarización tóxica en la que se menosprecian los pensamientos diferentes que hacen ver al “otro” como un enemigo dejando de lado el espacio para el diálogo y el debate constructivo. Es algo que observamos diariamente en el desarrollo de los quehaceres de nuestros representantes políticos que cada vez con mayor frecuencia utilizan planteamientos categóricos simplistas utilizando cada vez más un lenguaje inmoral e inadecuado apelando más a los sentimientos que a los argumentos con una ausencia total de autocrítica y pensamiento excluyente. El desafío en el mundo actual es como vivir política y socialmente con personas diferentes, que sienten, piensan y actúan de manera diferente. El filósofo Noam Chomsky decía que si no creemos en la libertad de expresión de quienes despreciamos, no creemos en ella.



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