Sentimiento y pálpito

    25 mar 2024 / 09:24 H.
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    La escultura, emulación de la figura humana, constituye una fuente inagotable de sentimientos con reflejo en los rostros prefijados, tal y como acaece con las imágenes pasionistas. Resulta verdaderamente fascinante la observación de las caras y las figuras representadas a través de este medio, eficaz por demás en cuantas respuestas le sean confiadas por el artista. Sucede otro tanto con las formas procedentes de manos de pintor. Especialmente sensibles para cuantas personas miran desde la soledad instaladas en el más absoluto silencio. En este sentido, no viene mal una cita de Balthus que tomo prestada del profesor González-Trevijano, ésta: “La pintura es un modo de acercarse al misterio de Dios”. Narrativas diferentes que, a la hora de poetizar la forma encuentran ecos distintos en cuanto que variados son los acordes de las herramientas y materiales que trasladan el universo del artista hasta la percepción del contemplador. Identidades diferentes, pero también respuestas de un mismo cuerpo experimental que sigue los extraños laberintos del arte actual, más atento al concepto de espacio que al de tiempo que, en verdad, debería corresponderle.

    Corpus, por lo demás, en el que, con uno u otro grado de legitimidad formal, habitan las imágenes que procesionan en nuestra Semana Santa. Cita engarzada a un concepto de espiritualidad uncida a un discurso de arte total, cuya representación precisaría de un auditorio colosal, desde luego, infinitamente de mayores proporciones a las imaginadas por Richard Wagner para representar su magna obra. Sí, nadie lo dude, en estos sacros aconteceres, en los que la música también rinde tributo a la fe popular, se dan cita toda una serie de virtuosos y mágicos oficios conservados a través de siglos: bordadores, tallistas, plateros..., cuyas piezas ponen en juego su excelencia a la hora de procesionar entre aromas la imagen correspondiente tras la disposición del capataz: “Todos por igual...”.

    Mas la sociedad nos empuja hacia una innovación tecnológica soslayando claves que sostienen la historia de Occidente, cuyo acontecer inquieta a filósofos y sociólogos de credo y pensamiento diferentes. Ciertamente, el ser humano se corresponde con un todo, cuyo deterioro en alguna de sus facultades lesiona, de modo más o menos sensible, su principio de unidad. De aquí, la necesidad de un aliento integrador, acorde con el devenir de los pueblos, cuyo futuro dependerá del conocimiento de su propia historia, pero también del respeto a la otredad. Esto es, de ese pálpito que habita en las colectividades humanas sostenidas con espíritu grecolatino que, sin previas amputaciones, vitaliza el nervio de Occidente desde que, según nos cuenta Plutarco, en los surcos de la naciente Roma trazados por el arado, Rómulo fue depositando las primicias de cuantas semillas y productos iban a desarrollar y compartir el futuro del Mundo.

    Tal es la fuerza que tensa el pulso de los pueblos concernidos por valores cívicos, incapaces de marginar o, peor aún, eliminar las señas de identidad que, llegado el momento, nos agrupan sin ensombrecimiento alguno ante quienes puedan pensarnos de otra manera. En cualquier caso, falta empeño suficiente para establecer un pensamiento que, después de extraer el oro del barro, permita el equilibrio necesario para sostener el diálogo entre cuanto pueda existir de aquella diáspora del medievo que, tras el aliento barroco, parecería aflorar de las costumbres que alimentan la memoria de los pueblos y, claro es, de un concepto de arte, para Gregorio Mayans, sensible en tres funciones: recreo del alma, instrucción del entendimiento y moción de la voluntad, cuyos vectores, de algún modo, apuntan al espíritu romántico. Ensoñación medievalista con reflejo en las hermandades pasionistas que hacen posible la llamada Semana Santa más enraizada en sí misma. Aliento candeal contemplado desde horizontes cercanos y, sin embargo, complejo en su cabal definición histórica. Hablamos de latidos y sentimiento colectivo expresados con la sencillez de cada acontecer pasionista. Manifestaciones que no esconden su vocación popular transmitida de padres a hijos, pero también grupal y vivificadora a la luz de cada madrugada.

    Con todo, hoy no tratamos de dar nombre de personas ni siquiera de Hermandades que, como ven ustedes, figuran con letra mayúscula. Se trata de acercarnos al latido de un acontecer, cuya presencia vuelve cada año como discurso renovado que no deja de ser un modo de leer la memoria a través de un tiempo vocacionalmente ininterrumpido que, felizmente, continua en un domingo como el de hoy.

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