Semana Santa

    30 mar 2024 / 09:48 H.
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    Alos que nos educamos entre hábitos y sotanas, la Semana Santa nos sigue pareciendo un tiempo adecuado para ciertas reflexiones personales, familiares, religiosas o existenciales que, de una u otra forma, nos hacen más humanos y, si me apuran, un poco más trascendentales. Es verdad que ese tipo de cuestiones nos las podríamos plantear en cualquier momento de la vida, sobre todo cuando le vemos las orejas al lobo porque la propia vida puede estar en juego. Pero ciertamente es un periodo en el que —por algo será— las creencias y los recuerdos más arraigados se hacen presentes de la mano de las personas que, aunque un día se fueron, al final siempre están. Y a eso nos mueve la impresionante liturgia que viene a representar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, más allá del componente estético y folclórico que conlleva tal derroche y ostentación de religiosidad. Fuera del ámbito religioso, personal o familiar, la Semana Santa viene a constituir también —como todas las fiestas importantes, con santos o con toros— una especie de terapia colectiva en la que se aparcan disputas y conflictos enrarecidos que suelen permanecer vivos entre nosotros el resto del año.

    Aparte de las conocidas excepciones que los humoristas suelen representar en la figura de algún cuñado, son fechas en las que se valora más el hecho de estar juntos —con lo que nos une— que andar a la gresca con aquello en lo que discrepamos. Juntos, pero no revueltos, ni mucho menos iguales, que aquí cada cofradía tiene un color diferente con sus propios ritos, sus propios ritmos y sus propios tiempos. Ser de los negros no es lo mismo que ser de los blancos o de los “moraos”. Pero la cohesión social de cada uno de nuestros pueblos y ciudades se ve fortalecida por estas ancestrales celebraciones que durante siglos han ido ligando unas generaciones con otras. Y todo por una razón primordial: que procesionando santos o corriendo toros, es el propio pueblo, con sus reglas heredadas, el que participa activamente en el ritual. El cura y el alcalde también, pero que no se les ocurra estorbar.

    En esa línea de respeto a la devoción de la gente y a su vocación cofrade, que en toda España viene siendo habitual desde muchos siglos atrás, los periódicos y las televisiones solían dejar a un lado la cosa política. Y los propios políticos se apartaban de los focos y se integraban en la propia fiesta como unos más. Solo los accidentes graves, las guerras y los atentados terroristas escapaban a la tregua informativa. Pero a la vista está que en estos tiempos de enconamiento y desencuentros, a algunos se les hace difícil mantener la contención, aun sabiendo del respeto que siempre se tuvo en estas fechas a esta sagrada tradición.

    Y así, entre otras visiones, y para amargarnos la fiesta, se nos ha colado en los telediarios y en las tertulias la Muy Pesada Cofradía de la Santa Pela —que de eso va la cosa— encabezada por su particular ladrón, un conocido prófugo de la justicia que no quiere subir a la cruz y al que el mismísimo Pilatos —genial viñeta la de A. Melero— se ha encargado no ya de indultar sino hasta de resucitar. Sea como sea, nadie debería dudar que, por mucho que este año el temporal de viento y agua —bendita agua— haya frustrado ilusiones y esperanzas, seguirá habiendo Semana Santa por muchos años y en toda España. Y ya mismo, San Marcos.

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