Se van los quioscos

24 dic 2023 / 10:01 H.
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Los quioscos de prensa de antes suponían un universo de papel, periódicos, semanarios, revistas, tebeos y libros, un mundo con olor a tinta urgente y fresca, que sintetizaba la vida en huecograbado. En los quioscos, sí, convivían la realidad y la ficción, el gol del Real Jaén y el último decreto municipal. Los domingos, durante los años 80, había en los quioscos torres de periódicos, que se empequeñecían rápidamente por la demanda de los lectores, y un rumor costumbrista de los clientes que comentaban con el quiosquero chismes del barrio o cosas de la actualidad. El quiosco era —es— un lugar maravilloso en torno al cual parece girar el mundo. Pero nos estamos quedando sin quioscos de prensa. En Madrid, por ejemplo, han cerrado cien quioscos en pocos años. Los quioscos se han reconvertido en las zonas céntricas de la capital madrileña en puntos de venta de objetos turísticos y, alguno, reserva un reducido espacio para los diarios. Y ahí está la resistente prensa en papel, entre figuras en miniatura de La Cibeles y banderas del Real Madrid. La prensa en papel decae alarmantemente en España, debido a los nuevos tiempos de las redes sociales en el teléfono móvil, pero en esta pérdida se debe dar también algún factor sociológico no analizado adecuadamente. Porque en Londres, en casi toda Inglaterra, por ejemplo, los periódicos se siguen vendiendo a igual o superior ritmo que hace años, y los londinenses despliegan en el café el periódico formato tabloide o sábana para leerlo detenidamente. Porque el periódico es como un amigo que te acompaña durante el día, te cuenta historias y te informa mientras lo lees, y se calla y te deja en paz prudentemente al cerrarlo. Nadie está solo si lleva un periódico bajo el brazo.

Siempre tuvo para mí algo de fiesta acudir a un quiosco. La ilusión de hallar una portada impar. O una revista nueva. Ir al quiosco no supone una rutina, sino una aventura. De niño, mi padre me mandaba con algunas pesetas a un quiosco que había junto al desaparecido cine Rosales, en la calle Martínez Molina, a comprar el “Diario Jaén” y, una vez a la semana, el semanario “Triunfo” y el “TeleRadio”, y yo aprovechaba para preguntar al quiosquero si había llegado algún nuevo tebeo de “Roberto Alcázar y Pedrín”, que los leía todos. Luego regresaba a casa oliendo el papel del periódico o con prisa por leer el tebeo. Pocos años después compraba semanalmente una novela de “El Coyote”, y con José Mayorquí cabalgué junto al enmascarado don César de Echagüe por los campos de California, en aquellas novelas que sobresalían por una cualidad inmensa del autor: La capacidad de narrar. Mallorquí escribía las aventuras de “El Coyote” bajo un flexo en una mesa apartada de su modesta vivienda de hombre disimuladamente de izquierdas. Cuando “El Coyote” dejó de cabalgar, José Mayorquí se suicidó.

Había, durante mis años de universitario en Madrid, quien doblaba una y otra vez el periódico para conseguir leerlo casi acrobáticamente de pie en el autobús abarrotado. Los periódicos con noticias destacadas se guardaban en un cajón, y allí amarilleaban y envejecían, quizás sin que nadie volviera a consultarlos. Pero ahí estaban. Dicen que Juan Ramón Jiménez era incapaz de tirar un periódico a la papelera. Francisco Umbral sostenía que la mejor literatura de los años 80 se escribió en los periódicos. Pero ahora desaparecen los quioscos. El periódico en papel siempre será algo maravilloso, inigualable.

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