San Antonio Abad

    17 ene 2020 / 09:23 H.
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    Celebramos hoy la onomástica de San Antonio abad, más conocido por San Antón. Nació en Egipto en el año 251 después de Cristo viviendo 105 años. Fue monje ermitaño que encontró la sabiduría en la observación de los animales y la contemplación de la naturaleza, vamos en pocas palabras, el primer ecologista. Cuentan que en cierta ocasión, se acercó a una jabalina y curó a sus jabatos que padecían ceguera. La jabalina agradecida, se quedó junto a San Antón para protegerlo de los animales salvajes. Este santo, que es el protector y patrón de los animales, ha sido siempre muy venerado aquí en Jaén, teniendo antiguamente una cofradía de ballesteros para combatir a los moros y una capilla dedicada en la antigua catedral. El mismísimo condestable Iranzo
    le enviaba el 16 de enero, cuatro hachas de cera para que ardieran al día siguiente delante de su altar. Más adelante tuvo otra cofradía y su propia capilla en la iglesia de San Juan. También tuvo una ermita justo en la zona de la fábrica de cerveza, donde los cofrades soltaban a un lechón que era alimentado por los vecinos con los desperdicios de las comidas y cuando estaba cebado, se sorteaba para costear el culto del Santo. En San Juan y en San Ildefonso podemos ver sendas figuras del Santo al que se le representa con cruz, hábito y un cerdito a sus pies.

    En el barrio de San Juan una calle lleva
    su nombre y como curiosidad puedo decir que las primeras lumbres celebrando esta
    festividad, se comenzaron a encender en la plaza de San Juan a finales del siglo XVI. Decir San Antón en esta tierra es evocar
    una noche de lumbres, fiesta, y de unos
    años acá, “Carrera”, aunque este tema más vale “non tocare”, porque da para escribir catorce artículos. Mis recuerdos comienzan en la década de los 60 cuando empezábamos a preparar esta fiesta con el almacenamiento de tirajitos o estirajitos, que estaban compuestos por muebles viejos, ramas de la
    poda de olivo, capachos de molinos aceiteros, que era lo mejor para prender la lumbre
    por estar impregnados de aceite, hasta algún esterillo de alguna vivienda que alguien
    se lo había encontrado “por casualidad”.
    Todo lo que ardiese valía.

    Era primordial encontrar un lugar donde ocultarlos y evitar el robo por parte de los de la lumbre de al lado. En mi barrio, que era el de las Carmelitas, había varías lumbres, es más, en la misma calle y a poca distancia ardían tres que yo recuerde. Las lumbres grandes, que eran las que representaban a los barrios más rancios, tenían en el centro un muñeco. A este muñeco o pelele, se le ponía como cabeza una calabaza hueca o una bola de trapo, el cuerpo se conformaba con un saco relleno de paja y como patas, unas medias también rellenas; a este engendro se le colocaba un traje o vestido, se le rellenaba de petardos y mistos roseteros y ya se encontraba dispuesto para arder y pegar crujidos en lo alto de una picota. Esto lo puedo aseverar de primera mano, por ser
    mi madre la encargada durante varios años de la fabricación del muñeco del barrio de la Alcantarilla.

    Se comenzaron a controlar por parte del Ayuntamiento, con el asfaltado completo de la ciudad, por lo que había que pedir permisos, haciendo que solo quedaran las más grandes y representativas, perdiendo en gran parte el ambiente de esos años en que Jaén entero se convertía en una nube de pavesa y cenizas, recreando un ambiente mágico y misterioso con el crepitar de las lumbres y el reflejo de las mismas en los cristales.

    Alrededor no faltaban las típicas rosetas, calabazas y la bota de vino que se la iban pasando los padres de los que esa noche éramos protagonistas de la fiesta. Alrededor explotaban esos cohetes que nos habíamos fabricado con pastillas de clorato y una composición de otros productos, que me río de los misiles katiuska. Los niños cantábamos alrededor letras tan evocadoras como: “La lumbres San Antón, cuatro sillas y un sillón”, aunque se transformaba un poco en: “Las lumbres de San Antón, cuatro pedos y un follón”. Los niños de esa época éramos pura poesía.

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