Salvador Santoro. El aficionado

18 ago 2023 / 09:00 H.
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Cuando nos vinimos a vivir a la corte de Jaén, no tardé mucho en conectar con los aficionados más señalados, casi todos conocidos de otras lides. Felipe Fernández, taurino y apoderado, José Luis Buendía, catedrático de Literatura, flamencólogo y currista, Antonio Luis Gómez, del Círculo Taurino de Jaén, buen abogado y amigo, Ángel del Arco, una institución, y su hijo, o el joven, pero ya experto comunicador Marin Weil, por citar solo algunos, que el Jaén de los toros está lleno de personajes. Pero entre ellos había un linarense de pro que se llamaba Salvador. Salvador Santoro fue desde el primer momento un gran defensor de la Federación Taurina aportando sus reflexiones y sus investigaciones a través de los artículos que periódicamente nos enviaba. Salvador era tan tímido como buen conversador. Era sabio y a la vez discreto, nada ostentoso. Cuando se confiaba se volvía más incisivo, más cáustico, más irónico, más ingenioso o más borde, pero con elegancia y con gracia. Tenía una memoria prodigiosa, con datos, fechas, sitios, nombres, pero a la vez conceptual, cargando bien la suerte a la hora definir los aspectos más complejos de la tauromaquia. Era muy sentimental. Nunca le vi llorar pero más de una vez me lo pude imaginar porque tenía una enorme sensibilidad.

Nos caímos bien desde el primer día, cuando Ramón Carpena nos presentó, en un bar de la calle Cerón. Acabamos a las seis de la tarde. Llevaba razón mi sobrino. Lo sabía todo de toros. Desde Lagartijo y Frascuelo hasta el más joven de los novilleros. Era un aficionado integral, extenso, que no dejaba de mirar ninguno de los aspectos de la tauromaquia. La historia, los encastes, los toreros, los libros, la filosofía taurina, los críticos -y los sobres- Corrochano, Zabala o Cañabate. Costumbrista, bohemio, culto, trasnochador, tertuliano, jaenero, linarense y castizo. Conocía lo mismo al banderillero de turno que al ganadero, a los porteros de la plaza, a los carpinteros, a los areneros o a los mulilleros. No se le escapaba ningún detalle de lo que ocurría en el ruedo o en el tendido. Ni de lo que se ve ni de lo que se escucha, porque de cada pasodoble te contaba todo sobre cómo, porqué, y para quién se escribió. Como el que el maestro Cebrián había escrito para Rafaelita González, mujer jienense, hija del concejal de cultura. Alguien le recomendó al maestro ser discreto -por aquello de las malas lenguas- por lo que cambió el título inicial por un acrónimo con las primeras sílabas del nombre y del apellido que formaban el nuevo nombre (Ragón) y la segunda del nombre y la última del apellido (Falez).

La obra “En corto y por derecho. Linares Taurino” es una biblia que condensa lo sabido y lo descubierto sobre la Fiesta de los toros en Linares.El valor de un hombre debe ser medido por lo que da, no por lo que obtiene. Y Salvador es un ejemplo de aficionado. Con su humanidad, su sentido del humor y su humildad. Porque la grandeza en los toros, también en los aficionados, y en la vida misma, suele estar más cerca de la sencillez que de la vanidad. Estimado Salvador, ínclito, dilecto y bienquisto amigo, te echaré de menos esta feria que me han encargado pregonar. Aunque si el cielo es como debe ser seguro que tendrás un palco especial para ti donde andarás en tertulias taurinas con ahumado ambiente y una barra cercana donde poder “ligar”.

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