Salón de belleza

13 jun 2025 / 08:41 H.
Ver comentarios

Encandila los sentidos la pequeña artesanía que despliegan los barberos. Desde que era mozuelo y acudía al pequeño negocio donde los hombres del vecindario solían pelarse, la aventura de sanear las greñas tiene cierta liturgia cognitiva, pues aquel espejo ante el que sucede la resurrección de nuestro rostro a través de las manos y las herramientas del barbero, nos va enseñando la calidad del tiempo de ese que nos mira con nuestros propios ojos durante el rato que dura el encargo del fígaro. Admiramos la pericia con que esos zumbidos eléctricos van liberando de pelo los rincones más inaccesibles y delicados de nuestra cabeza. Confiamos el cuello al descenso de la navaja que va rasurando nuestro vello durmiente. Al principio el oído se ejercita en distinguir los diferentes sonidos que comparecen durante el ritual del estilista: las tijeras gruesas para el degradado, los motores de las maquinillas que se van haciendo más agudos en función de su nivel de penetración capilar. Todo un ejercicio de resistencia hasta que la mente acaba secuestrada por una suerte de hipnosis en que todo confluye con la misma intensidad: olores y sonidos indistinguibles que alimentan la ensoñación hasta que el barbero retira los velcros y pisa el pedal del caballete para mostrar el resultado de su trabajo.

La política española ha entrado en ese zumbido peligroso que hace indistinguible la responsabilidad del ruido y contribuye con sus artimañas a los proyectos del mal que se ciernen sobre la esperanza humana. Nauseabundos resultan todos los escándalos que afloran en el ámbito gubernamental y muy en especial los que afectan presuntamente a quien fuera mano derecha del presidente Sánchez, José Luis Ábalos, en sus diferentes diatribas durante la crisis de liderazgo interno que sufrió el PSOE y en la posterior moción de censura de 2018 que desalojó del poder a Mariano Rajoy, con un alegato en Las Cortes contra la corrupción del Partido Popular, que quedó marcada en la historia de nuestra democracia. Desde entonces, la política informativa de Moncloa ha consistido en endosar la gestión de sus propias contradicciones ideológicas a la agitación del miedo a la ultraderecha, perversión política que no disculpa la asunción de responsabilidades y las explicaciones que pide la ciudadanía ante asuntos que debieran gozar de mayor transparencia, considerando la crispación social que alimenta, a veces no sin razón, la contestación social contra la cosmética de un gobierno que, aún en la vanguardia de leyes y decretos que debieran mejorar la vida de la clase trabajadora, consiente esas letras pequeñas y matices pactados con sus socios parlamentarios que consolidan de facto el mismo status quo, la profunda orfandad cultural de los medios públicos y el complejo vacío de nuestra clase obrera, hoy abducida por el truco de la bolita que la arquitectura semántica del fascismo ha conseguido colonizar. No: tampoco García Ortiz debió enredarse en ese anzuelo que sostiene su ambiguo proceso judicial. Aunque la revelación por la que se le acusa tuviera toda justificación moral ante las artimañas del entorno del empresario encausado, toda una institución como la Fiscalía General debe ser consciente de sus riesgos, por más que la alta política se mueva en barros de ética obscena para según qué asuntos.

“El que pueda hacer, que haga”, dijo Aznar a los suyos en noviembre de 2023. Y ya sabemos que las derechas que se ponen tras una pancarta que reza: “Mafia o democracia” no andan muy sobradas de crédito si quienes la sostienen son los mismos que supuestamente utilizaron los aparatos del Estado de Derecho para fabricar corrientes de opinión contra sus adversarios políticos, se ponen de perfil ante las atrocidades de Netanyahu, eluden la responsabilidad cuando uno de sus presidentes de comunidad autónoma se encuentra deslocalizado en una sobremesa mientras su gente era arrastrada río abajo hacia el mar a pesar del requerimiento urgente —o al menos la atención— que aquella tragedia pedía o desprecian el libre uso de lenguas cooficiales quienes se aúpan como defensores de la extrema libertad, mientras preparan leyes que la coartan gravemente en el ámbito universitario.

Zumbido de chatarra humana en la fase alfa de los afeitados. A la espera de que, visto lo visto, si unos y otros seguimos validando este vodevil, descubramos en el et voilá del peluquero que se nos esfumó hasta el último pelo de nuestra dignidad ciudadana. De nuestra larga, grasienta y manida cabellera democrática.

Articulistas