Salalapaca

10 jul 2024 / 09:39 H.
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Ysi abrimos una sala? ¿Y si creamos nuestro propio teatro? De ese modo no tendremos que depender del resultado incierto de las nuevas elecciones y nombramientos. Sería genial tener un lugar equipado en el que poder experimentar. Y, si se hiciera realidad, traeríamos a nuestra sala a las compañías cuyo trabajo nos encantaría compartir con el público.

¿Seremos capaces de convocar a personas interesadas en artes escénicas, de nuestro entorno? ¿Serán suficientes para hacer viable económicamente nuestro proyecto? ¿Obtendremos apoyos? ¡Seguro que sí! ¡Nuestros depósitos de entusiasmo están llenos a rebosar!

Dejamos las dudas enterradas en el subtexto de nuestro proyecto. Y nos lanzamos a la arena de la construcción, sin casco y sin arneses. La obra avanza. Vivimos la puesta en escena de un teatro que es... la poesía que se levanta del libro de contabilidad de las pólizas de crédito y se hace humana.

¡Quién nos manda meternos en obras! Los planos, el arquitecto, el ingeniero, 17 presupuestos de constructores hasta llegar al definitivo. Los honorarios, los reglamentos, el pasillo de emergencia robándole metros al patio de butacas, la burocracia, el aislamiento sonoro comiendo grandes bocados del presupuesto y limitando la altura del escenario. Mucho cuidado con las fugas acústicas, esa puerta hay que reforzarla con aislante. Reuniones con bancos que nos escrutan con descaro las intimidades económicas hasta, por fin, concedernos el préstamo. Y la kafkiana pelea por conseguir la conexión de luz...

Hay que producir una gran obra orquestando a los distintos intérpretes: la empresa constructora, los electricistas, los de la climatización, el herrero, el del hormigón, los pintores, ¿cómo armonizar a todos estos profesionales para llegar dentro de plazo al día del estreno? Y las gradas, y el escenario, y las butacas, y los telones, y los equipos de iluminación y de sonido, y tantas otras cosas. Hay que improvisar todo el tiempo. Vamos a tener que retrasar una semana. Y después un mes. Y finalmente un trimestre.

Y luego llega la hora de raspar, de limpiar, de reparar imperfecciones, de afinar diseños, mirando a todas horas las cuentas de los bancos para ver si han ingresado el dinero pendiente de aquel bolo que nos permitiría pagarle una factura más al herrero, y rezando porque llegue pronto la transferencia de aquella gira que nos permitiría cerrar cuentas con el constructor, que empieza a impacientarse. Y el depósito de ilusión está en horas bajas.

Pero de algún modo, aunque parezca increíble, logramos finalmente inaugurar la sala. No sé cómo ha conseguido, Carmen Gámez, la directora, la promotora incansable, sacar adelante este proyecto imposible. La nave flota en el agua y se desliza, lenta, pero firme. Hay que achicar aguas y tapar algunos agujeros, pero navegamos contra viento y marea durante una temporada completa.

Los vecinos no paran de visitarnos y la sala recibe felicitaciones y elogios. El sueño se ha hecho realidad. Ahora solo tenemos que ocuparnos de programar, coordinar, diseñar, difundir, acomodar, vender entradas, asistir a los técnicos, buscar financiación, presentar, limpiar, reparar, gestionar, buzonear, dinamizar, enseñar, contabilizar, promover, comunicar y mil cosas más. Y en un futuro tal vez encontremos, incluso, tiempo para crear.



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