Saber estar

    11 jun 2025 / 08:57 H.
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    Tuve un amigo que le tiraba al pirriaque, en especial a la coñac, como se decía entonces. Le olía el aliento con un hedor penetrante y especial, mixtura de alcohol y tabaco, algo pegajosa y ardiente. Caminaba muy estirado, sin tambalearse, así que, a lo lejos, pasaba desapercibida su melopea. Lo curioso es que tampoco se le notaba en la conversación. Mantenía el tipo hablando siempre despacio, bajito, con moderación, pero plenamente locuaz y entendible. Si en algo se notaba el estado de embriaguez era en su charla incansable y dilatada. Al saludar e iniciar cualquier conversación, sacaba a relucir la admiración que sentía por Einstein, y, si atendías un poquito, te explicaba pormenorizadamente la teoría de la relatividad, aplicable, según él, en cualquier situación de nuestra existencia. Casi todos le temían, sobre todo por no compartir la cogorza. Era muy cortés con las mujeres, a las que hablaba y observaba intensamente con su mirada enrojecida por el alcohol. Pero, a pesar de esta extraña y penosa realidad, que acaso provenía de una sarta de desengaños amorosos, sabía estar. Era su lema: siempre el saber estar. El respeto a los demás estaba por encima de cualquier actitud. Era amigo de tirios y troyanos. Su tolerancia era ejemplar y en su trayectoria vital daba muestra continuada de esta condición. Muchos de nosotros lo recordamos, especialmente cuando vemos y escuchamos a algunos energúmenos en ciertos programas de radio y televisión, y hasta en tertulias y otras situaciones callejeras, en el trabajo y en el estadio, en el comercio o en el gimnasio... Y es que se está perdiendo lo de saber estar. El que sabe estar guarda las formas, se vale de los milenarios patrones de la educación, de la tolerancia y el respeto en el debate; no avasalla a los interlocutores, pues, por encima de cualquier desencuentro, está la dignidad de los demás. Quizás alguno piense que esta realidad tan divulgada y maloliente es sólo falta de educación. Pues no lo sé. Lo que sí es evidente es que lo de saber estar, lo de las formas, lo del respeto, ha pasado a mejor vida. A lo peor habrá que desarrollar una nueva forma de comportamiento, basada en el barro, que podríamos titular “ceramicismo”.

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