Ruido de sartenes

22 may 2020 / 13:37 H.
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Entre los innumerables programas que existen en la televisión dedicados a la cocina y esas manifestaciones convocadas por Vox, el partido que lidera Santiago Abascal, amenizadas a golpe de cacerolas, nos estamos familiarizando íntimamente con el ruido de las sartenes. También en el Parlamento las intervenciones de estos políticos de guardarropía, que deberían representar al pueblo y solo se representan a sí mismos, suenan a cacerolada, pero a cacerolas, sartenes y ollas vacías, sin ninguna propuesta dentro que merezca ser condimentada. Ya decía el recientemente desaparecido Julio Anguita que “a los políticos no se les paga para que hablen mucho sino para que piensen algo”. Y eso de pensar es algo muy difícil de exigir a los mediocres políticos que hoy ocupan los cargos públicos, algo que resulta deprimente cuando debemos seguir confinados hasta que a todos los ciudadanos se les meta en la cabeza que hay que respetar las normas.

Aún así, los días van pasando con bastante igualdad. Desde que se han venido aplicando las fases de desescalada, solo he salido un día a la calle. Fue el sábado 2 de mayo. Salí con mi perro Chuky y mi mascarilla —la única vez que la he utilizado— y me acerqué hasta la capilla, a 150 metros de mi casa. La ida no estuvo mal pero, al regreso, el perro volvió por su cuenta, la mascarilla a su aire y yo por poco si puedo volver a mi casa. El sofoco no me dejaba dar paso. Eso sí, me crucé con nueve personas y ninguna llevaba mascarilla. Y es que ni científicos ni políticos se han aclarado aún de si la mascarilla es obligatoria o no. Yo he llegado a la conclusión, hasta ahora, de que los únicos que deben usar mascarilla por obligación son los atracadores. Y mis colegas y amigos del “Trepabuques” —a los que agradezco muy sinceramente su felicitación por mi cumpleaños— llevan mucha razón cuando señalan que no debe llamarse distancia social a ese espacio que las personas deben observar cuando exista un encuentro. Debería llamarse distancia física o de seguridad, porque la distancia social es otra cosa que no se mide por metros. Por ejemplo, si se compara la distancia social económica que existe entre Amancio Ortega y yo, es kilométrica.

El hombre es un animal de costumbres y, antes o después, es capaz de acostumbrarse a cualquier circunstancia. Más de uno lo estamos notando con esto del confinamiento. Los cinco relojes que tengo —todos de mercadillo— están sin pilas, a la espera de que alguna vez suba a la ciudad y los lleve para que mi amigo Pedro Puche se las ponga. De momento es más importante que las pilas me las ponga yo a mí mismo a ver si se me despierta el apetito antes de que no haya nada que comer.

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