Riqueza y felicidad
Coincidiendo esta semana con la Asamblea General de Naciones Unidas, Oxfam internacional presentó un informe donde pone de manifiesto, una vez más, el problema de la concentración progresiva de la riqueza en menos manos. Según sus datos, el 1% de la población dispone de más riqueza que el 95% del mundo más pobre y tiene además el 43% de todos los activos financieros del mundo. Es decir, que los mega ricos están creciendo al mismo ritmo que crece la pobreza, la desigualdad y se deterioran los estados del bienestar en los países donde gozamos de ellos.
El mundo está en sus manos y no en manos de los gobiernos. Por decirlo de otra manera, perdemos soberanía frente a los ricos. Deberíamos reflexionar sobre cómo el poder de influencia y control de estos mega ricos y mega empresarios tecnológicos crece de manera paralela a la pérdida de control y poder la política. Cada día existe más desafección y denostamos más la política, a pesar de ser el único instrumento capaz de redistribuir riqueza. Sólo falta observar la incapacidad de Naciones Unidas para determinar las agendas, ya sean sobre la paz, la sostenibilidad medioambiental o la responsabilidad de los estados ante determinadas patologías sociales.
En este contexto, hay que destacar como algo positivo que, lejos de seguir con el engañoso mantra de “bajar impuestos”, como receta mágica para una buena gestión de la economía, países como Francia acaban de anunciar una reforma fiscal ambiciosa para que paguen impuestos los que menos pagan, que son los más ricos. La senda de la subida de impuestos a las grandes fortunas parece al fin el único camino viable, no sólo para sostener nuestras democracias, sino además para conseguir sociedades felices.
Este mes de septiembre, se celebraba en Baeza en la sede de la UNIA un interesante curso sobre sociología de las emociones, donde precisamente uno de sus mayores investigadores en España, el profesor Eduardo Bericat, ponía de manifiesto la relación entre la desigualdad y la felicidad o el estado emocional de las personas. Resulta evidente que es difícil ser feliz, si no se puede disfrutar de unos niveles mínimos de bienestar. Precisamente ese objetivo estaba detrás de la creación de los primeros welfare, ya que las políticas sociales pueden reducir o aliviar el sufrimiento de las personas.
Bericat critica con una buena base analítica el modo en que la modernidad ha priorizado el bienestar económico por encima de la felicidad. La felicidad ha sido desplazada como objetivo principal en las sociedades y se ha sustituido por la acumulación de riqueza material. Pero detrás del tópico “el dinero no da la felicidad”, existen otras dimensiones emocionales y sociales del bienestar que justifican el logro de la felicidad que todo el mundo anhelamos.
En este momento donde la salud mental y el bienestar emocional se han puesto en la agenda política, tendríamos que analizar no sólo las desigualdades económicas que sufrimos actualmente y denuncia ahora Intermon Oxfam, sino a entender las patologías sociales o circunstancias que nos conducen a un malestar en todas las sociedades, hasta el punto sufrir grandes pandemias emocionales, como pueden ser la soledad, el miedo o la ansiedad, como denuncia Bericat. Apostar por la política y las políticas públicas del bienestar es un camino que beneficia a pobres y ricos, a la sociedad en su conjunto. Como diría el presidente Kenedy, la riqueza de un país no se mide por su PIB sino por el grado de felicidad de sus gentes.