Retrato de niña con libro

28 ago 2021 / 13:58 H.
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T ener un libro en las manos puede ser motivo de destierro, de prisión o de muerte en ciertas civilizaciones. Y mucho mas si quien lo lleva es una niña, una mujer. No es la primera vez que los libros son pasto de las llamas. Páginas arrancadas, tomos quemados, autores y lectores asesinados o encarcelados por no difundir la verdad oficial. Desde referentes cinematográficos como Fahrenheit 451 o literarios como el episodio de Don Quijote podemos llegar a dolorosas realidades como la razzia inquisitorial del “índice de los libros prohibidos” o la quema de las grandes bibliotecas de la antigüedad sin olvidar imágenes más cercanas como las acaecidas en tiempos de dominio nazi o de fundamentalistas diversos.

¿Qué maldades se achacan a los libros? ¿De dónde proviene ese escarnio, esa inquina, ese odio a todo lo que significa leer, saber, aprender?

La libertad es, para ciertos regímenes, algo impensable. Es una puerta abierta al individuo que, por tanto, podrá discernir, dilucidar, criticar, sacar conclusiones y uno de los instrumentos en los que se basa esa libertad es la cultura, el libro.

Sangrantes son las limitaciones en el acceso a la cultura, a la educación, que se imponen en ciertas “revoluciones” que, lejos de apoyarse en la libre manifestación de la persona, se basan en su opresión, en la maligna obsesión de formar individuos adictos y no ciudadanos libres. Los regímenes comunistas, fascistas, fundamentalistas y similares se preocupan mucho por implantar sistemas educativos a su medida. Materias henchidas por vanos espíritus patrióticos aderezadas por capas de religiosidad impuesta que soslayan determinados contenidos científicos, sociales o culturales censurándolos en aras de la implantación de sus consignas en las mentes fácilmente moldeables de los jóvenes.

Aún peor es la insultante expulsión de los sistemas educativos y laborales de la mujer. Se sospecha que el régimen talibán volverá a prohibir a las niñas asistir a la escuela y a la universidad. Algo que no podría sorprendernos ya que, de hecho, fue uno de los postulados de su anterior llegada al poder. Miles de niñas pueden verse privadas de la educación y quedar a merced del ideario oficial como seres de ínfima categoría sin que siquiera su voz, sus pasos, su mirada, puedan ser observados. Y ¡ay! de aquellas que osen intentar aprender, leer, ir a la escuela... Su universo pasa a estar constreñido por un burka infame del que nunca podrán escapar. Crecerán en la oscuridad y sin posibilidad de tener un futuro, una vida mas allá del dominio de su padre, marido o varón protector.

Los libros podrían ser la solución. Un libro como símbolo de libertad, como tecla con la que despejar ilusiones, anhelos, deseos de ser personas útiles, comprometidas. La cultura, la educación, no deben ser instrumento de opresión sino de apertura. No deben imbuir ideas prefabricadas y dirigidas sino permitir que la persona cree su propia visión del mundo, de la sociedad que le rodea, y participe en su mejora y desarrollo.

Esperemos que esas niñas, que esas mujeres, que ahora nadan en la duda, en el terror, en la incertidumbre, puedan ser ciudadanas de primera en su propia tierra sin necesidad de escapar y dejar sus raíces. Nadie, y menos por su sexo, debe tener vedado el acceso a la cultura, a la educación, al futuro.

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