Regocijos siniestros

    12 abr 2020 / 10:02 H.
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    Hasta esta fecha, nada se ha descubierto respecto del origen y global desarrollo de esa pandemia que cae sobre nuestras ciudades, como maldición bíblica. No me he resistido a la tentación de indagar acerca de algún precedente, con la, acaso, estúpida pretensión de entender algo de lo que nos está ocurriendo. Y, salvo catástrofes menores, más cercanas, la única generalizada en todo el mundo entonces conocido, Europa y Asía, se refiere, entre 1347 y 1351, a la denominada peste negra, modalidad de la bubónica que asoló Europa, con el fallecimiento de un tercio de su polación, no sólo en atención a su expansión sino también en razón de las secuelas que derivaron de la misma: alteración de las condiciones en que se desarrollaban las relaciones económicas y sociales, la transformación de la moral colectiva y la acentuación del miedo. Una vez más, he de reiterar el significado etimológico de apocalipsis, manifestación de la que está oculto. Para nada vale la explicación del precedente. Si me interesaba, cuando menos actitud psicológica de quienes pudieron sufrir este cataclismo, aunque fuera ficción literaria y es entonces cuando cae en mi escritorio Albert Camus, autor de “La Peste”, y de otras obras “El Extraño”, “Calígula”... cuya lectura, hace más de cuarenta años, alimentó en mi cierto existencialismo en el que el corolario último era la teoría del absurdo. Camus plantea, como en otras obras suyas, una situación límite en “La Peste”, en la que los habitantes de la ciudad resultan incomunicados e indefensos. Es la alegoría del absurdo que se cierne sobre la vida o mayoría de las vidas de este mundo. Tampoco los personajes (Rieux y Tarrou) que transitan por “La Peste” son parangonables a los ciudadanos que sufrimos esta pandemia, aunque los citados protagonistas de Camus si pudieran ser una representación de quienes hoy proclamamos héroes. En todo caso, no nos valen los ejemplos expuestos ya que el primero, aunque real se produce en un escenario tiránico, y el segundo no deja de ser una alegoría, magníficamente novelada pero ficción. Por fortuna, no es el escenario que nos toca vivir: han sobrevenido las democracias, frente a los tiempos tiránicos reales o alegóricos. Democracia, es un valor absoluto, del que dimana el poder del pueblo. Cierto que habrá que exigirle al actual gobierno de la nación que explique cómo se ha gestionado esta crisis y se ha producido tal mortandad. Pero no ahora. Admitido por el gobierno el posible yerro en la gestión, por otra parte generalizado en cualquier territorio del mundo, no cabe esa maniobra de tahur, de exigir a tal o cual ministro que exhiba las muecas de su revolver de pistolero. Invocar en estos momentos la responsabilidad y el número de muertos ante circunstancias absolutamente impensables, se me antoja, (aun peor que en “La Peste” de Camus), que encubre una maldad contra el adversario político, una suerte de execrable regocijo siniestro.

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