Reflexión de luna llena

    23 nov 2024 / 09:50 H.
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    La noche se embriaga con los reflejos plateados del mar iridiscente que con tenues olas acaricia la arena y devuelve el reflejo de su luz trémula a la luna llena que sobre él riela. La vida prosigue su derrota hacia el incierto horizonte que se desvanece a lo lejos escondido entre el agua y el cielo, y yo, testigo mudo de su ya dilatado periplo, sentado en la penumbra del porche contemplo la quietud que rodea y llena el silencio amigo. Las luces mortecinas que con leves destellos afloran a lo lejos señalando los lugares donde los pesqueros faenan frente a la costa me hablan del esfuerzo, del trabajo de los hombres del mar y la dura lucha por la vida.

    Esa vida que para mí viene ya de retorno, esa vida gastada hasta llegar aquí que ahora contemplo con serenidad, intentando conciliar deseos y realidades. Medito en todo lo sucedido con el ánimo de saborear los recuerdos, bastantes de ellos amargos, otros más placenteros, y vivir de nuevo aquellos momentos que dejé pasar sin exprimir. Han sido muchos más de los que me gustaría reconocer.

    A esta edad ya madura, hago balance y desearía que este fuese equilibrado para poder darla por bien empleada, aunque en lo más íntimo de mí todavía me asalta la duda porque quizás algo más podría haber realizado, pero ya resignado, aunque algo insatisfecho acepto que en mi caso se acabaron las luchas por conseguir nada más allá. Soy y seguiré siendo el resultado de todo lo que he hecho hasta ahora. No es que esté aceptando una derrota que no existe, pues solo pienso que estoy algo insatisfecho, sino que estoy valorando el presente que es todo lo que tengo, esa realidad que es lo único cierto. El pasado se fue y el futuro aún no sé si existe. He de pensar por tanto que mi mejor futuro es mi realidad actual.

    A pesar de todo, esta noche serena mirando al mar siempre cambiante, subyugado por ese deseo que me empuja a revisarlo todo, quiero iluminar el camino que me ha traído hasta aquí y analizar los hechos con la claridad y lucidez propias de la madurez. Quizás ahora es el momento de dar nueva vida a lo ya vivido para fijar la verdad y conocer para siempre todo lo que he querido ser y no he sido y todo lo que he sido no queriendo ser.

    Con los ojos entornados intentando centrar las difuminadas imágenes que afluyen en torrente, aspiro el voluptuoso e intenso aroma de la dama de noche que impregna el caudal de los recuerdos cargados de añoranza. La duda me penetra y en algún lugar recóndito entre el mar, el cielo y la tierra que me cercan, se esconde la verdad que un día cualquiera tal vez triste, alguna noche oscura o en un instante fugaz se mostrará desnuda para iluminar la inevitable senda por la que he de llegar hasta la muerte.

    Y ese algo que me habla cada noche en la soledad y el silencio rumoroso del mar gris y apacible bajo la luz de la luna llena me dice que aún no estoy presto para superar la prueba final. La zozobra me empuja como el viento que viene batiendo olas, hinchando las velas de un barco que, perdida la derrota entre los avatares del pasado, al fin ha de llegar a su destino ya sea en puerto seguro o en rocoso acantilado. Mi pobre y raquítico legado ha de llegar a su destino, tengo que entregarlo a los que tienen el derecho de recibirlo, y sólo entonces podré descansar. En ese momento seré feliz o desgraciado, tampoco importa demasiado, pues todo acabará. Ese legado es el resultado de todo aquello que he hecho en la vida y todavía puede que quede tiempo para llenarla antes de ir a diluirme en la conciencia universal que es lo único a lo que se puede aspirar después de la muerte. Esa conciencia es el recuerdo de nosotros en aquellos que nos han conocido. La noche es el principio y el final del mensaje. Aunque la realidad que espero y quiero creer es que comienza una nueva vida donde el deseo desaparece y la verdad nos ilumina.



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