Reconocimiento a profesores

    23 sep 2020 / 16:37 H.
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    El curso empezó con una profecía de mal agüero de Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid: “Es probable que todos los niños se contagien a lo largo del curso”. A lo que la cantante Amaia, le replicó indignada que no se puede “tener el alma más negra que la suya”. Al consejero de Educación de Andalucía, Javier Imbroda, le cogió el inicio de curso tan ocupado en aumentar la financiación de los centros concertados y en diseñar un decreto para legalizar que cobren tasas por actividades extraescolares, que olvidó planificar un curso atendiendo necesidades como la ampliación de docentes y PAS. También olvidó que los comedores escolares son un servicio social imprescindible para las familias y son muchos los colegios que no pueden abrir su comedor. En mayo, el Gobierno distribuyó 2.000 millones de euros a las autonomías para Educación. Sería bueno saber qué parte ha correspondido a Andalucía y de qué forma y en qué se está invirtiendo. Lo cierto es que la enseñanza pública andaluza está maltrecha por los efectos de la epidemia, la carencia de recursos humanos y materiales; y la brecha digital entre alumnado de distinta procedencia social. La debilidad está en el abandono de la idea de que la Educación es uno de los pilares del Estado de bienestar; en la aceleración de la pérdida de igualdad de oportunidades; y en la falta de apoyo y consideración al profesorado. Hace unos días, en la “Ventana”, Carles Francino advertía que el profesorado no puede transformarse de repente en vigilantes, enfermeros, limpiadores... porque tenemos una emergencia. “La emergencia es, o debería ser, que dispongan de las condiciones adecuadas para enseñar, para trasmitir conocimientos, para inculcar valores, para que los alumnos socialicen, empaticen, se respeten, más allá de si se les cae la mascarilla o si han de estar a metro y medio”. Los profesores están siendo los grandes olvidados. La sociedad les debe reconocimiento, o, como dice David Trueba, piedad y admiración. No pueden renunciar a ser educadores para convertirse en monitores o hacer burocráticos e inútiles informes de evaluación. La pandemia no puede ser la coartada para renunciar a la calidad de la enseñanza.

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