Que coman pasteles

09 feb 2023 / 17:54 H.
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Cuando pasan catástrofes como la que ha ocurrido en Turquía y Siria, nos asaltan algunas reflexiones que habitualmente no nos preocupan, y puede parecer fácil decirlo aquí y ahora. Por un lado, la mirada paternalista de quien no ha tenido que sufrir ese tipo de cataclismos y, por otro, la mala conciencia de quien se sabe cobijado por el manto de Occidente, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Ese paternalismo es gradatorio, va en función del nivel adquisitivo... Estos desastres masivos ocurren siempre lejos, mucho más de lo que pudiera afectarnos directamente, e igual que las guerras, no nos tocan más que a través de noticias, imágenes impactantes, vídeos in situ de desesperación y horror, madres abrazando a sus hijos contra el pecho, hombres haciendo aspavientos con las manos, niños abandonados llorando, humaredas, ambulancias, ruinas y escombros. Y la búsqueda de supervivientes, enterrados durante días... La mirada solidaria siempre se enfrenta al problema de cómo empatizar con el otro, sea el mendigo que nos encontramos por la calle, en una ciudad cualquiera, sean los afectados por unas inundaciones, o ahora con los terremotos en la falla de Anatolia oriental. La redistribución de la riqueza se encuentra en el centro de estas preocupaciones: un 15% del planeta, focalizado en Europa y EE UU, vive con el 85% de los recursos, y el otro 85% de los habitantes de la Tierra apenas poseen para consumir el 15% restante. Mal repartido, sin duda, y peor que se va a poner. Como hemos visto en las últimas noticias, a la banca le sabe a poco el nuevo impuesto por los beneficios caídos del cielo, y es que de eso se trata, de que los que tienen cada vez tienen más, acumulan más, y los que no tienen cada vez tienen menos, las pasan canutas para llegar a fin de mes, y no hay solución a corto plazo. Hace varios lustros, los jóvenes españoles en masa dejaron de estudiar para trabajar, embaucados por los salarios generosos de la burbuja inmobiliaria. Faltaban ladrillos en este país y Aznar sacaba pecho ante el resto de socios europeos. Pocos años después la burbuja explotó y nuestras aulas volvieron a recibir a aquellos jóvenes que habían recapacitado, pensando que era mejor estudiar y formarse mejor, por lo que pudiera pasar, ante las dificultades que estaban llegando. Ahora la situación no puede ser más contradictoria, hay recuperación económica y al mismo tiempo hay crisis. ¿En qué quedamos? Falta mano de obra en hostelería, en la construcción y en los oficios, pero no hay inmigrantes esta vez atraídos por el reclamo del dinero rápido, dadas las circunstancias tan complicadas que arrastramos desde principios de los años 10, cuando nos bajaron los sueldos porque —según aseguraron— vivíamos por encima de nuestras posibilidades. De aquellos polvos, estos lodos, y todavía los salarios no se han recuperado, a pesar del encomiable esfuerzo, y es que hay que decirlo, del actual Ejecutivo. A algunos les parecerá poco. A otros demasiado. Según se mire, ya sabemos a quiénes les escuece que suban el salario mínimo interprofesional, y ya sabemos a quiénes no les afecta en absoluto, con su hipocresía y cinismo habituales. Cuando le comentaban a la famosa reina de Francia María Antonieta, esposa de Luis XVI, que el pueblo moría de hambre y no tenía pan, es bien conocida la frase que respondía: “Pues que coman pasteles”.

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