Puertas entreabiertas
Un hombre —quizás una mujer— termina su día. La novela que está leyendo lo espera sobre la mesita o, quizás, esa película que le recomendaron. Pero antes, mira WhatsApp: los grupos (“de este me borro mañana mismo”), las antiguas conversaciones (“pero por qué coño me respondería así”), las fotos (“ha puesto la de solterita”). Una mujer —quizás un hombre— pasa un fin de semana en esa ciudad que no es la suya, ya en el hotel conecta Tinder (“aquí sí, que nadie me conoce”). Revisa con cuidado los posibles amantes: 3 fotos y menos de 10 líneas a 15 km, a 10 km, a 5 km. La rodean como una promesa y ella solo tiene que deslizar el dedo. Un hombre —quizás una mujer— publica 15 estados de Facebook diarios, comenta las publicaciones de otros y deja sus asistiré en los eventos. No sale de casa, nunca sale de casa, pero tiene 150 amigos, cuyo olor no podría reconocer. Cuánta soledad detrás de estas puertas entreabiertas, qué incierta la presencia al otro lado, qué paradójica desconexión la nuestra.