Propósito de enmienda
Aprendíamos en el Catecismo del padre Ripalda que para hacer una buena confesión eran necesarios cinco pasos: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. No hay nada que objetar, a pesar del tiempo transcurrido. Pero he aquí que estos cinco requisitos, de gran lógica y sensatez, podríamos trasplantarlos a otras situaciones cotidianas, limpias de perversidad e inconfesables por su escasa culpabilidad. Estos cinco pasos no son demasiado difíciles de cumplir, aunque el tercero es más complicado y penoso. Casi todo el mundo tropieza en él. Las buenas intenciones, planes y proyectos son las respuestas habituales a situaciones enmarañadas por los nuevos aprendizajes, burocracia, novísimas tecnologías, deberes escolares, buscar aquellos documentos extraviados y hasta en otras circunstancias más caseras, como el guisar, limpiar, fregar, aseo personal, ordenar nuestro entorno... Solemos dejar las cosas para otro día, para otro momento, así los buenos propósitos se quedan en auto embustes conformistas. Y el caso es que, en lo más íntimo, se reconoce la necesidad de este propósito, pero... lo que debiera ser ánimo, se transforma en impotencia y desengaño.