Principios neoliberales

05 nov 2020 / 16:29 H.
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La izquierda se quedó sin lenguaje hace décadas, pero aún mantiene rescoldos o gestos que a veces ilusionan. Si bien como espejismo porque, no nos engañemos, es imposible que cualquier utopía triunfe en este tiempo distópico. Por ejemplo, hemos visto que durante la frenética campaña electoral estadounidense, el mayor insulto, desprestigio y caladero de votos de Trump frente a Biden, ha sido acusarle de “socialista”, lo cual allí se erige como un despropósito absurdo teniendo en cuenta la cultura del Self-made Man, es decir, El gran Gatsby, siguiendo la estela de la novela de Francis Scott Fitzgerald, ese ser humano sin diferencias de género que se hace a sí mismo, forjando un egoísmo a rajatabla que no contempla darle agua a los que la necesitan. Quien quiera agua que la busque, y si te mueres de sed es tu problema. Nacionalismo y populismo como fuerzas reaccionarias y ultraconservadoras que se acrisolan no solo en las conciencias, sino como partidos que incluso plantean mociones de censura...

La ideología neoliberal se ha asentado de manera radical en nuestras sociedades contemporáneas, desde Yanquilandia hasta el último país, alentada por ricos y pobres que no ven otra salida que hacerse paso pisoteando al prójimo. No hay más cera que la que arde, se solía argumentar. De este modo, en el sector privado descansará la obtención de la riqueza, mientras que el sector público debe mantenerse como apenas una suerte de supervisor o árbitro en situaciones de extremo desequilibrio, porque hay que recordar que el desequilibrio forma parte del sistema como generador de beneficios en la dialéctica de la oferta y la demanda. El mercado fomenta o regula su balance en los efectos de pesos y contrapesos e idas y venidas de la bolsa, que ejercen como reflejo especular, allá arriba en las alturas de los brókeres, de lo que sucede acá en la tierra, en el lado de los ciudadanos de a pie. Esquilmar los recursos naturales sin ningún tipo de miramiento pertenece a esas estrategias de lucro en función de un modelo productivo insostenible ni atisbos de ética. El crecimiento exponencial se propondrá como motor económico incontestable, y para potenciarlo desenfrenadamente se convertirán las selvas en desiertos, y las plantaciones de cualquier cosecha de verduras o grano en ensaladas y popurrís de químicos, revueltos de herbicidas y potajes de pesticidas con los que nos alimentamos... Las multinacionales, mucho más importantes que los gobiernos, inclinan las geopolíticas internacionales sin que nada les impida sacar su tajada, por encima de la vida del planeta y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se la pasan por el forro, y de forros sabe mucho —digamos— Inditex. Hasta ahí no hay pega, y en la estructura que nos gobierna participamos —asumámoslo— más o menos todos...

Ahora bien, imaginemos por un casual que sobreviene una pandemia que nadie planeó, al margen de agoreros apocalípticos y profetas visionarios, y que hace falta que se vuelva a creer en el sentido de lo público frente a lo privado, que esta vez nos la jugamos de verdad porque estamos viendo, día sí y día también, cómo está muriendo la gente a nuestro alrededor. ¿Qué sucedería? ¿Habría que cambiar algo, reconsiderar algunos de esos principios básicos del neoliberalismo, o seguiremos empecinados en el individualismo, como si no fuera con nosotros?

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