Un país necesita muchas cosas, y otras no tanto, pero unos presupuestos son absolutamente imprescindibles, aunque hay una cierta tradición desde hace unos años de prorrogarlos, incluso han servido de guerra interna en los partidos, basta con recordar que el PSOE, contra Sánchez, apoyó a Rajoy para crear un espacio de gobernabilidad. Pero los presupuestos no solo son un ejercicio administrativo, son también una declaración de valores y una potente hoja de ruta. Y cuando no se tienen mayorías claras para su aprobación, y se depende de fuerzas con ideas dispersas, todos aquellos “valores” a los que un presupuesto apela se ven truncados, manchados y rebajados. No podemos dudar de las intenciones positivas de nadie, pero el problema serio es que hay que meterse en la cama con gente muy rara, no porque ronque, sino porque es fácil que a media noche te roben la cartera o, lo que es peor, terminan por desalojarte de tu casa. Sánchez puede pactar con quien quiera: con los moderados y pacatos de Ciudadanos, o con la izquierda nacionalista, radical y pendenciera, pero una cosa es cierta, sus presupuestos no serán para todos los españoles. Ya ocurrió en el pasado reciente con los gobiernos del PP. Claro que luego hay que vender eso como un pacto social y aguantar el escarnio hasta que los de Vox fabriquen la siguiente mentira.
