Posdemocracias
El siglo XXI se caracteriza por haber introducido tres cambios muy importantes en la vida del ser humano. El primero es el fracaso de la democracia. Podemos negarlo y decir que la democracia no fracasará nunca, pero lo cierto es que ya no vivimos en regímenes democráticos. Vivimos en regímenes posdemocráticos donde el funcionamiento de la economía, la forma de vida, el mercado y la transmisión del conocimiento ha cambiado drásticamente. Vivimos en una apariencia democrática, pero en realidad estamos ya en sociedades posdemocráticas que han sustituido a la democracia. No hace falta buscar una alternativa, la alternativa ya está funcionando y se rige por las leyes de los amigos del comercio, que son los que gestionan este régimen, que todavía llamamos democracia, y que está regido no por las leyes del estado, sino por las leyes del mercado. El segundo cambio se caracteriza por la disolución del estado, que ha sido sustituido por una institución supraestatal relativamente indefinida y, por supuesto, gestionada por los amigos del comercio. Y, el tercer cambio, también gestionado por los amigos del comercio, pero no directamente, sino por todos y cada uno de nosotros, es el vaciado del contenido humano de la vida a través de experiencias digitales. Se reemplazan los amigos presenciales por los llamados amigos de internet y de las redes, mucha gente vive la vida en internet y fuera de ahí no sabe vivirla porque han suplantado las relaciones personales por las relaciones telemáticas. Hay una deshumanización digital de la experiencia humana. Entre el fracaso de la democracia, la disolución del estado y la deshumanización digital nuestra vida se está transformando. Y no es lo mismo vivir en democracia que en posdemocracia. No es lo mismo vivir conforme a las leyes del estado que vivir conforme a las leyes del mercado. Y no es lo mismo vivir presencialmente las relaciones humanas y personales que deshumanizarlas a través de lo digital. Y estas tres experiencias son, además, irrevocables, no tienen marcha atrás. Y, durante muchos años, décadas y tal vez siglos van a determinar nuestra vida. Los que nacimos en la segunda mitad del siglo XX conocimos una sociedad diferente, pero moriremos en otra determinada por estos tres cambios. Los que ya han nacido en este contexto, a los que se les llama nativos digitales, son también nativos posdemocráticos, nacidos sin estado, y son personas que desarrollarán su vida deshumanizada a través de recursos y procedimientos digitales. Naturalmente puede haber nostálgicos de la democracia, del estado y de experiencias vitales presenciales, será irrelevante, pues vamos a morir en una sociedad que no será democrática, una sociedad en la que el mercado impondrá leyes más fuertes que las que impone el estado y en una sociedad donde la deshumanización de nuestras vidas será absoluta. A la realidad le va a importar poco que nosotros estemos de acuerdo o no con ella. Y lo menos que podemos hacer es ser conscientes de la realidad a la que nos enfrentamos.
Este siglo está determinado por estos tres hechos que, si nos empeñamos en seguir ignorándolos, vamos a vivir en condiciones incompatibles con la realidad. Reconozcamos el fracaso de la democracia y el nuevo sistema ya implantado, el de una sociedad posdemocrática, gestionado por los amigos del comercio y por una globalización que ha reemplazado las leyes del estado por las leyes del mercado. Se ha producido la disolución del estado como unidad política, porque hoy las unidades políticas son unidades macroestatales que están en función de los intereses del mercado, pero no de los intereses del estado. Y los derechos del ciudadano o la Constitución caben en una hoja de reclamaciones, porque son los derechos del consumidor, es decir, nada. Y, por otro lado, la deshumanización de la experiencia humana ha convertido al ser humano en una especie de internauta absoluto. El acuerdo o desacuerdo con la realidad lo único que mide es nuestra capacidad para ser compatibles con un orden operatorio que, si lo desconocemos, naturalmente nos conducirá al fracaso.