Por
dinero

13 feb 2019 / 13:47 H.

Yo he llegado a hacer cosas horribles por dinero: me he levantado de la cama cuando aún era de noche, también he aguantado durante horas subida en tacones de doce centímetros, incluso he almorzado barritas energéticas, y una vez obedecí sin rechistar. Pero no me arrepiento. Hacer cosas a cambio de dinero (trabajo, se llama) sirve para llenar el frigorífico y, de camino, vale para subyugar los deseos e invitar al ego (ese amigo que nos mima, nos consuela y nos exhorta a creernos increíblemente maravillosos) a abandonar de vez en cuando nuestra casa para instalarse en una habitación de hotel. A la postre, todo son ventajas. El único perjuicio que encuentro en haber rentabilizado mis habilidades con un fin práctico, es que me he quedado exhausta y sin ganas de continuar con “lo de la vida”. No, sin ganas de vivir. “Lo de la vida”, que es un concepto categórico a la vez que simple, donde solo cabe la libertad absoluta de la creatividad, la alegría refrescante del deseo, el descubrimiento sin fin, la sorpresa sin límites y el progreso constante. Debería ser algo parecido a tender la ropa: que culmina cuando la evaporación consuma su término y, sin necesidad de añadidos, solo huele bien.