Ponce sube a los cielos
El asunto de la pancarta que unos aficionados han mostrado en algunas plazas de toros no ha pasado desapercibido en los medios de comunicación. Comentarios al hilo de la sentencia que se mostraba en ella los hay para todos los gustos y, como siempre ocurre en este tipo de efusiones públicas, surge la discusión sobre la oportunidad o la inconveniencia de tan rotunda afirmación: “PONCE = DIOS”. Casi nada!. La verdad es que a Dios se le tiene siempre a mano para cualquier cosa y más cuando de endiosar a alguien se trata. Porque para injuriar y ofender vírgenes y santos ya tenemos a las groseras jaurías “wilitoledanas” y sus incontinentes diarreas anticlericales con las que dar la nota y hacerse importantes. A pesar de la irreverencia, no parece que este sea el caso, porque la inocua blasfemia suena más a querer encumbrar al primero que a querer ofender al segundo. Guste más o menos la cosa, lo que queda claro es el fervor que se puede llegar a sentir por un torero que lo ha sido todo en su profesión y que, por cierto, pregona mañana la feria taurina de Jaén. En el golf, ejemplo de corrección y cortesía entre contendientes, hay un chiste muy bueno al hilo de la cuestión. Cuentan que —ya en el cielo— andaba un jugador preparando un golpe del todo imposible por la larga distancia que había entre la bola y el hoyo. “Pero qué pretende ése? Se cree que es Dios?” “Qué va! Es Dios, que se cree que es Jack Nicklaus”. Nicklaus está considerado el mejor jugador de todos los tiempos. El dios del golf por así decirlo, como Ponce pudiera serlo del toreo para los de la pancarta. Es evidente que si uno quiere poner a alguien por las nubes acaba acercándolo o comparándolo con el mismísimo Creador, al que tampoco creo que le haya molestado mucho la proclama “poncista”. Igual hace cien años la cosa hubiera sido diferente si tropezaran con aquel cura de Triana, al que los enfervorizados partidarios de Belmonte fueron a pedirle las andas de la virgen para pasear sobre ellas a su ídolo taurino y triunfador de la tarde. “Pero qué locura es esa! —exclamó el sacerdote— Sacrilegio! ¿Las andas de la Esperanza para llevar a un torero?, cómo se puede pensar en semejante insolencia?” Por supuesto no les dejó entrar, pero cuando se alejaron se oyó escuchar al cura... “¿Andas para Belmonte?. Hombre, si al menos hubiera sido Joselito...” Pues eso dirán algunos también, que a lo mejor con la misma pancarta serían más tolerantes si en lugar de Ponce pusiera Morante. En cualquier caso, pelillos a la mar. Que al fin y al cabo lo malo no es que te comparen con un dios. Lo que sí es grave para todos, y nos debería preocupar más, es cuando alguien se cree que lo es. Y no son precisamente los toreros los que en estos tiempos pecan de soberbia más allá del ámbito artístico o profesional. La arrogancia petulante del endiosado que se ve a sí mismo como un divo y que se sube por encima de cualquier regla o institución, leyes o parlamentos, jueces o sentencias, está representada en la persona que hoy preside nuestro gobierno. Y que, a falta de fieles suficientes, es capaz de tratar con el mismísimo demonio y bajar a los infiernos a buscarlos. Los toreros no son dioses, pero puede que sean de los pocos que, a lo largo de su vida, han llegado a tocar la gloria sin necesidad de subir al cielo. Y Ponce lo ha hecho en bastantes ocasiones.