Piromusicales de artificio

03 sep 2018 / 11:48 H.

Arde Jaén en las ferias veraniegas. ¡Qué triste y aburrido sería el verano sin la cita festiva, cuando el color y la vida explotan en feriales, terrazas y casetas! Hasta San Lucas, todo es feria. Se dan la mano unas con otras, y cubren tres meses de alboroto y algarabía, de sevillanas y pasacalles, de procesiones y verbenas. Un servidor, muy alejado desde bien joven del espíritu verbenero, no consigo imaginar cualquiera de nuestros pueblos sin esa cita obligada y ritual de las fiestas locales. Y conozco una cuantas... como cualquier jienense que barre un radio de cincuenta kilómetros desde su hogar. Porque tras el día de calor inmisericorde, cuando los termómetros nocturnos no bajan de los 24 grados, a ver qué va a hacer uno sino tomar cerveza, cubatas, churros y chocolate. Como este arranque tiene un puntazo nostálgico, recuerdo que hace una semana esgrimí, en frase prestada, que “La nostalgia es un error. Y me abrumaron los argumentos de un grupo de amigas y amigos que me disparaban, cariñosos, palabras de Julio Cortázar: “Se puede matar todo menos la nostalgia... La llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta, desata y desengaña”. O me azotaron a latigazos citas de García Márquez: “La vida no es la que vivimos, sino la que recordamos para contarla”. Al final me confunden, me barren dialécticamente, me conducen, mansamente, a su redil, y de ese sentimiento, de la dulce nostalgia, nacen estas líneas. Y pese a la fuerza de sus tesis, mantengo mi desencanto ante las ferias y fiestas, como ante los conciertos de quienes fueron mis grandes referentes. He quemado las naves de Dylan, los Stones, Sabina, Serrat, Víctor Manuel, Bruce Springsteen, Police, U2, Bowie, Madonna... porque el espejo donde me miro cada vez me dice menos; porque en casa, a toda pastilla, les oigo frescos y rezongantes, mientras que sobre la escena se me desvanecen entre el humo, las arrugas, los achaques... y el precio de las entradas. Aún así hay un elemento esencial de nuestra cultura “feriante” que me hace mirar con tintes de nostalgia el pasado, el medio siglo que me separa de la adolescencia: los fuegos artificiales. El más popular y gratuito de cuantos eventos se programan. No hay siquiera que comprarse ropa de la última temporada para disfrutar de unos buenos fuegos, de un “castillo”, como decimos en Begíjar. Mi abuelo encendía las “ruedas” para la Virgen de la Cabeza, mi padre no podía perderse el castillo. Con ochenta años corría calle arriba como un niño... Y algo heredé de esos ancestros al disfrutar en medio centenar de noches del Concurso Internacional de Fuegos Artificiales organizado cada Semana Grande en mi ciudad favorita, San Sebastián. Petardeo de alto nivel, ruido a rabiar, música en las notas ordenadas de las explosiones, belleza hecha con luces y truenos, la Concha más mágica que nunca, vestida de fiesta. Pólvora, fantasía y gritos de asombro en la multitud. Sin piromusical. El mismo asombro que en Cazorla, Baeza o Bedmar hasta hace unos años. Con el siglo XXI los Fuegos de nuestros pueblos han cambiado. A peor, en mi modesta opinión. Con los recurrentes “piromusicales”. Una banda sonora de película americana popular, miles de watios que dificultan la escucha de las explosiones, rayos láser que barren sobre las cabezas de la gente, humo, mucho humo, potentes focos de colorines... Sí, eso, todo eso... ¿Y los fuegos? ¿Y la pólvora? ¿Y el estruendo? Al final, acumulado en dos minutos efectistas. Sinceramente, los fuegos que ahora se nos ofrecen me parecen una “catetada”. Y no pretendo ofender a nadie con esa etiqueta. Hace diez días el gran humorista Manu Sánchez se me definía como un “cateto ilustrado”. Yo me apunto a esa categoría, y a mucha honra. Cateto de Begíjar, Peal y Cazorla. Más de pueblo, imposible. Porque donde se ponga el humilde castillo de teas de la víspera de la Encarnación, los cohetes sobrevolando la noche de Tíscar o del castillo de La Iruela, con colecciones tradicionales fabricadas en Martos o Lupión... hasta ahí no llegan los pretenciosos, aburridos y careros piromusicales.