Pillos a granel

17 abr 2017 / 11:04 H.

Decir que España fue desde tiempos inmemoriales un país de pícaros, ni lo ignora ni le extraña a nadie. Es más, grandes plumas de nuestra literatura, como Miguel de Cervantes, nos contaban tales aventuras de estos pillos avispados que engañaban con diversas mañas, que hasta nos hacían gracia. Ahí tenemos “El lazarillo de Tormes”, cuyo protagonista siempre nos cayó simpáticamente entrañable. Somos así. Las ligeras picardías nos divirtieron siempre. Quizás por eso, los pícaros no sólo han ido aumentando en nuestro país sino que progresaron, aprendieron nuevas tretas, engaños increíbles y de comerse una uva más que el ciego, como hacía el famoso lazarillo, han pasado ha quedarse con la viña y con todo lo que caiga en sus pérfidas redes. Ya no tienen límite en sus ocurrencias ni en sus ambiciones y, por la tanto, ya no nos hacen ninguna gracia. Ya no se les puede llamar pícaros ni pillos, sino sinvergüenzas, delincuentes y desalmados.

La picaresca se ha agigantado y ya no es cosa de individuos marginados, desprotegidos de la sociedad, los que intentan sacar con artimañas un trozo de pan para su sustento. Ahora las malas artes se han enriquecido, fortalecidas por las normas y, a veces, por las leyes inconcisas. Ahora, junto a los pícaros de siempre, se encuentran otros de cuello duro y guantes blancos. Las formas de estafar a los humildes, a los probos y, en ocasiones, hasta a los ambiciosos, se han refinado. Nos engañan con las cláusulas preferentes, con las de suelo; nos engañan médicos e investigadores vendiendo fármacos contra el cáncer de forma fraudulenta; nos engañan las compañías aéreas vendiendo billetes de más; nos engañan los “simpa”, los okupas, y los enfermos imaginarios que la única enfermedad que tienen es la del alma corrompida.

Hay que ser de piedra para no sublevarse contra toda esta plaga de sinvergüenzas. Hierve la sangre cuando se ve a ese personaje llamado Paco Sanz, que ha timado a centenares de personas con una enfermedad fingida, regodearse y hacer burla de todos aquellos que fueron víctimas de sus estafas. Y no es el primer caso en el que se emplea la misma estratagema para timar a la buena gente. Gentes generosas seguro que seguirán picando en este tipo abominable de anzuelos. Ya está haciendo falta un escarmiento ejemplar.