Pilar y el Museo Íbero

22 ene 2018 / 08:47 H.

Las palabras existen para ser utilizadas. Algún día se inventaron. Forzosamente. Porque había que dar nombre a tal o cual acontecimiento, a nuevas realidades. Y no servían para ello las almacenadas en los diccionarios. Lo más atractivo del fenómeno es que casi nunca sabremos la autoría de los vocablos recién venidos al mundo. El anonimato más absoluto recubre y enmascara a quienes las emplearon por vez primera. Incluso en nuestra vida diaria tenemos dificultad para nombrar hechos incontrovertibles. Y no hallamos con precisión un término ya acuñado, permitido por la Academia de La Lengua, o almacenado en la wikipedia. Por más vueltas que le demos al perol, nada evita que nos perdamos en el laberinto de los significantes.

Es lo que nos sucede a un buen puñado de jiennenses cuando intentamos describir a Pilar Palazón. No hay calificativos en el diccionario que se ajusten a la trayectoria pública de esta mujer. Me salto los adjetivos contaminados por el cariño y la amistad personal que nos une: cuarenta años bien cumplidos, inmunes a las crisis y los paréntesis. El pudor me prohíbe enhebrar una retahíla de halagos y requiebros, por muy justificados que estén. Sería tan impúdica una loa personal a Pilar (proviniendo de mí), como aquellas referencias tópicas a la mejor madre del mundo, al marido más cariñoso del universo o al más guapo de los hijos. Tanta pasión nubla el raciocinio y, por ende, rebajaría la categoría y el peso de los argumentos.

Prefiero ubicarme pues en el terreno de lo objetivo, de lo verificable, público y notorio. Jaén (la ciudad, la provincia) le debe a Pilar Palazón un reconocimiento singular, una deuda histórica. Por haberse salido, desde hace muchas décadas, del adocenamiento y de la cuadrícula; en un territorio tan remiso a las novedades, a los empeños de altos vuelos, a los proyectos de largo alcance en nuestro querido y doliente solar humano. “¿Qué necesidad tienes tú, con lo bien que podías vivir disfrutando de tu pensión, de tu casa, tus cuadros, tus libros, tus amigos..., qué necesidad de complicarte la vida ahora que estás jubilada? Ese ajetreo continuo que te traes entre manos no puede traerte nada bueno. Y encima, como no eres capaz de callarte lo que piensas, provocas roces con buena parte de quienes detentan el poder. ¿Quién te manda andar exigiendo a las administraciones que cumplan sus compromisos? A Montoro, a Fernández de Moya, a los sucesivos Consejeros de Cultura de la Junta, a Gaspar, a Felipe López, a Paco Reyes... ¡Deben estar de ti hasta el gorro, por decirlo de manera suave y delicada!”

Planteamientos de este jaez no han faltado en el entorno de Pilar. Provenientes de personas que sin duda la quieren, la valoran en lo mucho que aporta a nuestro escuálido panorama cultural. Alegatos tan bienintencionados cosecharon siempre el más absoluto de los fracasos. Pilar ha resultado ser, en el más generoso y democrático de los sentidos, inasequible al desaliento. La edad, el cansancio, resultan magnitudes inexistentes para ella, empeñada en un objetivo tan loable como fuera de lo común: ver abierto el Museo Íbero en los terrenos de la antigua cárcel.

Imposible medir la fuerza y el coraje empeñados en la empresa por esta mujer, adelantada a su tiempo, junto a la noble mesnada de Amigos de los Íberos. Veinte años de compromiso intenso, cual si el objetivo marcado hubiere sido conducir a un hijo desde el alumbramiento hasta la Universidad... Quienes conocen mínimamente a Pilar saben que no exagero escribiendo que la apertura parcial de Museo Íbero fue el día más feliz en su vida, ese cando se cumple un sueño tan largamente acariciado. Por eso, desde lo más profundo de mi sentido de la justicia, no me quedan sino dos reivindicaciones ante los responsables públicos de diferentes nivele. La rápida apertura de todo el conjunto museístico, a fin de que cumpla las expectativas, la inversión y la ilusión despertadas. Y la dedicación del espacio más noble del mismo, de la sala más representativa, o del hall central donde se entrecruzan los aires de nuestra cultura madre, a Pilar Palazón. Hasta sus enemigos (si existiese alguno) saben que Pilar lo merece. De sobra.