Pienso, luego voto

28 abr 2019 / 11:07 H.

Desde casi siempre, he sabido que la democracia era la forma menos perversa que se ha generado como modo de organización política, en todas las sociedades. Porque ella, formalmente considerada, no constituye el “desiderátum” absoluto, en la medida en que de la misma, históricamente, se han derivado espantosos genocidios, como la ascensión al poder de fascismos y nacionalsocialismos asesinos que originaron el holocausto, aunque este sea negado por algunos de los hoy contendientes. Ocurre que frente a la democracia no existen alternativas. De ahí, la enorme responsabilidad que, en cada ciudadano, entraña el mecanismo del ejercicio democrático de la elección de nuestros representantes, esto es, el sentido del voto. Cierto que las campañas electorales no contribuyen, en ocasiones, a la aportación de los elementos de juicios necesarios para la formación de un criterio adecuado. Antes al contrario, se desinforma, se descalifica, se imputan manos manchadas de sangre, se vierten falsedades contra alguien o contra algo, se formulan promesas inalcanzables, se fomentan los pronunciamientos con más carga de odio que de esperanza creíble, se buscan y se encuentran titulares explosivos, algunos al margen de realidades historiográficas incuestionables (“España se ha construido contra el Islam, en reconquista”), aludiendo a sentimientos espurios y no a la racionalidad y razonabilidad de la gestión política futura. En definitiva, se intenta implantar una suerte de polarización de afectos cuya secuela principal es la de negar la legitimidad del adversario, dentro del sistema. Por ello, la exigencia de que se reflexione sobre el sentido del voto. No se necesita demasiadas ilustración para identificar cuáles son las opciones ofertadas. Más allá de la transversalidad proclamada por quienes, en general, prefieren las plataformas electorales a los partidos políticos, por encima de las dudas que han podido generarse tras las próximas-pasadas elecciones andaluzas, en el sentido de dilucidar dónde está el centro, que es el centro-derecha y el centro-izquierda de manera que se propale la teoría de que el éxito electoral se halle en el centro, con independencia de todo ello, lo cierto es que existe una ideología de izquierdas y de derechas, y una franja de indecisos que se dice ocupa el centro. Yo no creo en ideologías transversales que no sean las propias de una plutocracia que me temo se encuentra ínsita, soterradamente, en todas las formaciones políticas, desde la ultraderecha a la ultraizquierda. Pero ello es puntual y relativamente cierto, de manera que no pueda extraerse la conclusión de que solo resulte valido el espíritu anarquista. Existe la derecha y existe la izquierda. También el centro, aunque opino que, cuando los que lo integran se decantan a diestra o a siniestra pasan a diluirse en una u otra opción, aunque de forma desideologizada.

Nuestra responsabilidad es la de optar por uno u otro espacio: ese es el exclusivo propósito de esta reflexión.