Piedras duras y brillantes la enriquecieron
Hace unos días fui a pasear a Porcuna y procuré hacerlo en esas horas otoñales en las que el sol ya va de caída. Mientras paseaba por la plaza, veía cómo el sol se entretenía más tiempo de lo habitual, e iba derramando su ya débil luz, aunque cálida aún, sobre las viejas piedras que ensamblan muchas casas de este pueblo. Y llegué incluso a pensar que se había tomado un capricho para poder ver, una vez más, el color tan bello que tiene esa piedra cuando la acaricia con sus tenues rayos. Ya el astro vio salir de las canteras esas piedras vivas y fuertes, junto a otras muchas rocas porosas, ligeras y permeables, amarillentas, a las que llaman aquí “tizas”, y los técnicos “diotomitas”. Y me entretuve viendo cómo iba el sol pasando su mano por la torre y muros del elegante templo parroquial, por la fachada del ayuntamiento y por el Arco. Realmente una belleza esta plaza espléndida y estropeada por ese mal gusto de adornos navideños y esa blanca fachada de la casa parroquial que rompe la estética de tan bella estampa.
Desde allí, cruzando el arco, recorrí lo que es, a mi juicio, la espina dorsal del pueblo, esa calle por la que las gentes vienen y van; van y vienen, solo para que las vea, o para simplemente ser vistas. Y en Porcuna esa espina dorsal arranca en la Carrera y sigue por el Paseo, junto a la Casa de Piedra y acabar en la gran balconada, a la que hace años, si no mal recuerdo... llamaban jocosamente “El Balcón del coño”, por ser esta última palabra la que pronunciaban quienes por primera vez se asomaban al lugar. Mientras paseaba, recordaba cosas aprendidas del amigo y colega cronista Antonio Recuerda, pero mi paseo no era turístico. Yo ya bien sabía de las esculturas de Cerrillo Blanco, de la vieja Obulco, la Torre Boabdil, la iglesia de la Asunción con sus pinturas de Romero de Torres, su Ayuntamiento, su viejo Pósito, su Casa de la Piedra, sus ermitas de Jesús, san Benito, san Lorenzo, san Marcos o sobre ese santuario y esa devoción arraigada en el alma del pueblo, la Virgen de Alharilla. Recordé que aquí nació María Bellido, la heroína de Bailén; imaginé los calurosos veranos del joven Julián Marías, cuya madre era de Porcuna y que pasaba algunas temporadas de verano en casa de los abuelos. Y recordé a Jacobo Quero, a Ruiz de Adana y otros muchos, especialmente la familia Sánchez Aguilera, mis embajadores en este bello pueblo hace más de 30 años.
Pero seguí paseando por las calles que bajan, estrechas, silenciosas y encantadoras, hasta la vieja carretera que tanta riqueza dio al pueblo en industrias, servicios, hostelería y talleres mecánicos. Subía a la plaza, comenzó a caer una suave llovizna y abordé a un grupo de jóvenes para preguntarles a bocajarro qué pensaban del futuro del pueblo y qué harían si en ese momento fueran elegidos sus gobernantes. Qué harían para que Porcuna volviera a ser atractiva, como lo fue a mediados del siglo XX, con 13.000 habitantes, la mitad más que en la actualidad.
Y estuvimos conversando de todo un poco, hablando de la importancia de la piedra y de las canteras. Quienes llegaron hasta la vieja y conocida Obulco, no lo hicieron porque sus tierras fueran fértiles, sino por la riqueza de sus canteras. Ya Francisco Delicado, en la Lozana Andaluza”, dice con mofa: “porque sembré en Porcuna... arruinado ando”, que es lo que repetían en refranes los pueblos vecinos, más prósperos por estar en la fértil campiña: “Quien siembra en Porcuna, siembra ciento y recoge una”. Pero Porcuna sonreía sintiéndose orgullosa de su piedra y de sus canteras, así como de su altura y de su situación estratégica en el camino que llevaba de Jaén a Córdoba, a la que le fue sacando rentabilidad.
El improvisado consistorio de jóvenes seguía conversando y contando cómo, aunque el pueblo había ganado en limpieza y ornato, faltaba imaginación y actuaciones y proyectos claros y concretos. Y recordábamos entre todos épocas de esplendor cuando abundaban los tallares, los bares y pensiones en la carretera. Hablaron de las desaparecidas industrias artesanas en los atalajes para caballerías, zapaterías, cuero, confección. Últimamente, si acaso, industrias aceiteras y constructoras, sin faltar la pirotécnica. Pequeñas industrias que se abren paso con esfuerzo en un polígono industrial que no arranca y que cada vez se parece más a la desierta ciudad de Detroit.
Al acabar y despedirme agradeciéndoles el tiempo y las ideas, volví pensando cómo era el alma de Porcuna. Con poca riqueza agrícola y con muchas canteras debía de vivir, pero de la piedra habría que comer también. Y así lo hicieron, pese a las criticas de los pueblos vecinos. El coplero ciego ubetense Gaspar de la Cintera, en uno de sus pliegos de cordel tuvo que responder a alguien que le dijo a gritos: “De Porcuna, cosa ninguna”. Y respondió: “Ni mucho menos, que era pueblo de las mejores esteras, como eran los paños de Fuente Obejuna, y las colchas de Guadarrama”. Además, sus gentes han tenido siempre fama de ser un pueblo unido. Vean este viejo poema, pero la palabra “culo” viene del verbo “recular y pensar antes que actuar”. Con esta premisa decía un anónimo escrito: “En culo de Porcuna, todos a una/En culo de Arjonila, en pandilla/ En culo de Arjona varejona”: Pues ya ven lo que se pensaba que los vecinos de Porcuna tenían fama de ser como en Fuenteovejuna, ...“Todos a una”. Y es esa unidad que le da alma a la piedra y la hace dura y brillante. En Porcuna se siente únicos, por sentirse unidos, aunque no parezca. Les cuento que el mismo día que comenzó la Gran Guerra en 1914, un periódico de Porcuna llevaba a titular la necesidad de un referéndum para cambiar el nombre al pueblo. Lo que cambiaría sería Europa, pero el pueblo seguiría siendo, a mucha honra, Porcuna.