Pescaderas y alcaldesas
Hay frases que de lo que informan, más que de otra cosa, no es del mensaje en sí, sino de quien lo ha emitido. Esto es lo que ha ocurrido cuando, un miembro de la Real Academia de la Lengua se ha hecho famoso diciendo que “Ada Colau debería estar sirviendo en un puesto de pescado”. El comentario no ha aportado información alguna acerca de Ada Colau, tampoco de las pescaderas, sí, y mucho, sobre él: No le ilusiona que las mujeres accedan a los ámbitos de decisión. Si encima no son ricas, son un enemigo a abatir. Clasismo y machismo juntos. Por su parte, la RAE, ha declinado valorar esas palabras. Esto es, en sí, toda una declaración de principios. Afortunadamente, la lengua es del pueblo y no de un grupo que se cree selecto, que se eligen entre ellos y que dejan su plaza libre sólo cuando fallecen. Hay idiomas, como el inglés, que no tienen Academia y parece que no les va mal. Quienes estudiamos la violencia de género, sabemos que, si el lenguaje no oculta a las mujeres, se favorece la solución de este drama social. Por eso, aunque podemos entender que haya personas bien intencionadas que, desde su desconocimiento, critiquen un uso inclusivo del lenguaje, nos indignamos ante la dureza con que esta institución juzga cualquier guía que pretenda atajar un uso sexista del lenguaje. Pero, ¿cómo nos extraña, de una institución en que sólo 8 de sus 46 sillas son ocupadas por mujeres, y que, entre a otras muchas, negó su entrada, hace 4 días, a María Moliner, autora de uno de los más prestigiosos diccionarios de lengua española? Antonio de Nebrija, que sí ocupa un lugar destacado en la historia de nuestra lengua dijo: “que siempre fue la lengua compañera del Imperio”, una realidad del siglo XV que, con la colaboración entusiasta de la RAE, sigue vigente en el XXI. El patriarcado se revuelve cuando las mujeres tenemos la palabra, de ahí los continuos intentos de deslegitimarnos. Nuestro idioma no necesita academias; las mujeres, en cambio, sí necesitamos alcaldesas. Nosotras, aunque le pese a esta institución caduca y, ya, sin autoridad moral, ya hemos tomado la palabra.