Pero... ¿qué pasa en Jaén?

    09 dic 2024 / 09:10 H.
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    Que ya estoy yo otra vez con lo del AVE a Jaén? Vamos a ver: ¿ha llegado o no ha llegado el AVE a Jaén a pesar de mis ruegos y preguntas?

    No, ¿verdad? Entonces, ¿qué puede hacer una servidora que no sea seguir dando la matraca de los trenes a quien más manda en lo de los trenes? Es por si se ablanda y nos pone las vías para callarme la boca.

    ¿Pejiguera yo? ¡No señor, no es eso! Es que, a pesar de mis porfías en lo del AVE a Jaén, no solo parece que me ignoran sino que, además, como me apunta mi amiga Anamari, la alcaldesa pedánea de Arbuniel, parece que alguien, visto que ya no se puede contar con el bar del Hotel Rey Fernando —donde, por cierto, cuando todavía estaba la fuente de taza en la delantera, se tomaba la mejor ensaladilla rusa del mundo— decide ladearnos nuestra preciosísima estación de autobuses al Polígono. Encima, como también me apunta mi amiga Anamari, la alcaldesa pedánea de Arbuniel, el tranvía sigue flaqueando certezas, aunque tampoco es que el tranvía llegue al Polígono. Y los paisanos que cada día llegan de los pueblos para buscarse la vida no tendrán otra que darle a la alpargata para llegar a donde hayan de ir.

    ¿Ven? ¿Es o no es para echarse a rabiar con esto que pasa en Jaén cada día?

    Claro que a lo mejor, lo que se espera de mí, como ganadora del Premio Internacional de Poesía del Diario JAÉN, es que lo ponga en verso. Pues... ahí va:

    ¿PERO QUÉ PASA EN JAÉN?

    ¿Pero qué pasa en Jaén

    que tanto está cabreando

    al personal?

    Y voy yo, y cazurreando,

    bípeda o bicicleteando

    respondo entre dos vaivenes

    de pedal:

    En Jaén sigue pasando,

    pardiez,

    que sigue sin pasar trenes.

    En Jaén está pasando

    que los longevos andenes

    que hicieron nuestros ancestros

    y tanta vidilla dieron

    con su trasiego de cestos

    atestados de gallinas,

    de paisanos, de vecinas,

    de mocitos pintureros

    y de muchachas bonitas,

    de criadas, de monjitas,

    de sorchis y de braceros,

    de señores con sombrero

    de damas “Heno-de-Pravia”,

    de pillos zangolotinos...

    ¡Vaya!, de cien mil vecinos

    que plagaban la estación

    cuando a la estación llegaban

    tantos trenes a granel

    lo mismo que estrellas hay

    en el cosmos,

    están ahora en un ay

    mesándose los tolondros

    e inquiriendo montaraces

    entre penosos lairenes:

    ¿pero qué pasa en Jaén

    que tanto está cabreando

    al personal?

    Y yo, impaciente, respondo:

    En Jaén sigue pasando,

    pardiez,

    que sigue sin pasar trenes.

    Ni que Jaén solo fuera

    la cenicienta del cuento...

    —dice con acervo acento

    un mozo en andén de espera.

    Ni que el gobierno del centro se placiera,

    gozara en darnos de lado

    apacentando al ganado

    como a perros callejeros.

    O, acaso, los valijeros

    radicados en Sevilla

    se pensarán que esta villa,

    tan sobrada de talento

    y tan escasa de escucha,

    careciera de posibles

    para aviarles la hucha

    o atiborrarles los buches,

    y mejor fuera olvidarla

    antes de mandarla al ruche.

    Pero ojo al toro, toreros.

    La cosa pinta muy mal

    para quienes nos trastean

    desplumándonos de trenes

    con capotazos y pases

    de mala lidia o mal quite.

    Y encima nos tarantean

    con banderillas de fuego

    o con rejones de envite.

    Porque todo tiene un límite.

    ¡Esto se va a terminar!

    Cualquier día el personal

    hace de su capa un sayo

    va, se le levanta el gallo

    harto de tanto maulero

    y les retira el aceite.

    (Ese de desayunar.

    No vayan a pensar mal

    y se echen mano al trasero).

    ¡Ay, Dios! Será por dineros...

    Bien harían en escuchar.

    De jaenera de a pie

    a gente guapa y pudiente:

    bien harían, jetas y gente

    de remedo suculento,

    en amarrarse los machos

    y taparse las vergüenzas

    con más AVE y menos cuento.

    Porque ya está nuestra mente

    empachá de tanto olvido.

    Y en la cresta del sofoco,

    mientras les podan el copo

    a tan guasones vaivenes,

    arremete a tutiplenes

    al grito de un “a-por-ellos”.

    (¡Ojo! Digo “a-por-los-trenes”).

    Y van

    y consuman su desmán,

    les hacen el agarejo,

    y les cortan el manejo

    de urdir tanto pedecer

    en mitad de los andenes

    hartos de vociferar:

    ¿Pero qué pasa en Jaén

    que tanto está cabreando

    al personal?

    Y yo

    —siquiera sea el porfiar

    “quien avisa no es traidor”−

    persisto en mi soflamar:

    ¡Pues aquí qué va a pasar!

    Ojo al parche y escuchando:

    En Jaén sigue pasando

    que sigue sin pasar trenes.

    En Jaén sigue pasando

    que sigue sin pasar trenes.


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