Patrimonio de la Urbanidad

    10 ago 2019 / 11:27 H.

    No lo podemos negar, se nos reconoce a la legua. Los síntomas empiezan a primeros de julio, cuando nos cercioramos por enésima vez que cierra en agosto, como todos los años. Pero nos cuesta asumirlo. Y ahí nos tienen vagando como pollos sin cabeza buscando el Santo Grial, pero nones. A lo más que damos es a un saludo distante sin palabras, asumiendo que esto es lo que hay; algunos tienen alternativas, pero los adictos no. Entramos a otros sitios con reparos y poniendo pegas, porque como en la casa de uno, en ningún “lao”. Este santuario tiene esas cosas que, aparte de guía espirituosa, hace de centro de salud sin cita previa y con vistas a la Puerta del Ángel. Un lujazo de taberna con unos repartos que para sí los quisiera Almodóvar en sus mejores momentos: la verdad y la mentira a flor de piel, el lamento y la guasa al compás y, sobre todas las cosas, la memoria prodigiosa de Joaquín que, con muchísimo arte, frente a cualquier duda que pareciese insalvable, pone las cosas en su sitio con nombre, dirección y fecha completa. Por si no se han coscado aún, estoy hablando del Bar Viruta, Patrimonio de la Urbanidad.