Paseo por el mercado

24 ene 2024 / 09:46 H.
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Me gusta pasear, muy temprano, por los puestos de venta al público del mercado editorial. De madrugada los camiones descargaron los productos recién pescados, en la lonja de las letras. Toneladas de libros, de distintos géneros y sabores se van distribuyendo por los distintos sectores del mercado. Los tenderos se colocan gorros y delantales para afrontar la dura jornada. Necesito comprar un montón de ingredientes porque mañana tengo invitados y quiero prepararles sopa de letras y unos renglones escogidos en su tinta. Y de paso estaría bien rellenar los anaqueles de mi despensa. Me hacen falta algunos condimentos para poder cocinar nuevas recetas que enriquezcan el paladar y alimenten la imaginación.

Me resultan atractivas, en su puesto de diseño, las portadas de llamativos productos procesados industrialmente. A veces los compro, porque crean adicción y su ingesta es compulsiva. Pero dejan un regusto amargo. En las fiestas navideñas todos hemos abusado de este género. Ahora toca volver a unos hábitos más saludables. Por eso yo me alimento con frecuencia de clásicos de toda la vida, historias que se devoran una y otra vez sin que sacien o indigesten. Manjares nutritivos y eternos, cocinados con mimo, que han alimentado a un montón de generaciones.

Paso ratos deliciosos caminando por entre los puestos del mercado literario. Mientras escucho a los vendedores vocear sus mercancías, voy llenando mi carrito de la compra, de productos imperecederos de primera necesidad. Las frescas hojas de ese libro de poesía desprenden un aroma muy sugerente. Tal vez lo compre, porque necesito alimentar mi alma que anda un poco anémica.

Con sus cuchillos afilados los editores filetean las historias para que podamos consumirlas en nuestros hogares. ¿A cuánto estará el kilo de best-seller? Puede que me compre cuarto y mitad de superventas recién loncheado. Es cierto que en mi último análisis me salieron altos los niveles de intrascendencia, pero esta noche me apetece darme un homenaje. Algunos vendedores tratan de llamar la atención de la clientela pregonando sus mercancías: “Prueben y degusten las delicias literarias recién sacadas del horno”, grita desde la sección de novedades un repostero con voz de presentador televisivo.

En algunos puestos, se forman corrillos de compradores que esperan su turno mientras charlan animadamente sobre sus últimas adquisiciones. También se producen espontáneas discusiones de la clientela que, mientras espera en la fila, entabla un animado debate literario. Cuando la tendera, que modera la charla me pregunta mi opinión, yo eludo contestar aduciendo que “solo he venido a hablar de mi libro”.

Terminado el diario ritual, abandono, satisfecho, el mercado de abastos literarios. Al llegar a casa disfruto clasificando los olores y los sabores mezclados en mi cuidada biblioteca. Guardo algunas adquisiciones en envases herméticos y cierro la puerta de la sección de congelados. Espero poder consumirlos pronto. Enciendo el microondas e introduzco un libro de teatro que llevaba tiempo deseando engullir. Escucho el crepitar de las pasiones del drama, se calientan las intrigas, humean los conflictos. No voy a dejar ni las migajas. Aplaudo al acabar. Estoy saciado. Mañana volveré a madrugar.

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