Para recordar

    05 ago 2019 / 10:03 H.

    “Remember Me” es una sensacional, emotiva, tristísima y, a la vez, entusiasta película que invita al espectador a vivir la vida intensamente, incluso cuando el tiempo nos alcanza. “Nunca es tarde”, parece transmitirnos el director, Martín Rosete, en esta magnífica película española, rodada en inglés, que se ha estrenado este fin de semana en los cines.

    El personaje que interpreta de manera colosal el veterano actor norteamericano Bruce Dern, que no hace mucho, hizo un papel inolvidable en la película ‘Nebraska’, es un viejo crítico de teatro que vive en soledad, con la única compañía de un vecino y amigo con el que comparte aburridas y obsesivas conversaciones sobre la medicación que toma uno y otro, sobre las enfermedades, y sobre la intrascendencia de los días cuando se hacen decididamente iguales.

    Tampoco mantiene una buena relación con su hija, que está casada con un político corrupto, cínico e incorregible. Una mañana, que es como todas las mañanas, ese hombre acude a la revista en la que colabora en esta recta final de su vida para preguntar sobre el artículo que hace días envió sobre el dramaturgo alemán Heiner Müller, al que siempre ha admirado. Le informan que ese artículo ya no se publicará en papel, sino en la página web de la revista, es decir, en internet. Pero repentinamente todo parece dejar de importarle al viejo crítico de teatro.

    Durante esa conversación se entera casualmente de que Lilliam, (una brillante Caroline Silhol) primera actriz francesa que ha sido el gran amor de su vida, a la que quiso siempre, ha ingresado en una residencia de enfermos de Alzheimer. Él, al llegar a su casa, mira cuidadosamente una remota fotografía que guardaba de aquella mujer, y exclama: “Te quería de verdad”.

    “Remember Me” es una fabulosa historia de amor que viene a decirnos que en la vida hay llamas que no se apagan nunca, sentimientos que no se borran jamás. Nada puede con ellos. Tampoco los años. Ella y él se conocieron en 1978 durante una representación de “Medea”. Y vivieron fugaces pero intensas noches de amor, porque él reside en Estados Unidos y ella en Francia. Y ahí llega él, a la lujosa residencia de ancianos, haciéndose pasar por enfermo de Alzheimer, cuando en realidad tiene una mente privilegiada, y encuentra a una mujer ensimismada, olvidada de sí misma, con la mirada extraviada en un punto ubicado en el infinito, ausente, ajena a todo, pero todavía hermosa.

    Ordenará enviar a la habitación de Lilliam ramos de las flores que a ella más le gustaban y un CD con la canción favorita de ambos, esa melodía que ellos bailaban lentamente para que el reloj no marcara las horas en una juventud lejana pero muy presente. Lilliam reacciona con sonrisas. Pero no recuerda. Tampoco cuando él le muestra una foto de ambos. Ella simplemente pregunta: “¿Son tus hijos?”. Pero una compañía de teatro va a actuar en la residencia. Él habla con su nieta, actriz aficionada. Y se las ingenia para que representen “Cuento de invierno”, de Shakespeare, la obra en la que más brilló Lilliam en toda su carrera. Durante la actuación, la chica se calla en un monólogo. Y Lilliam sube al pequeño escenario y empieza a decir las palabras de Shakespeare. Primero, tímidamente. Después, con gran seguridad. Como entonces. Como cuando la vida era vida. Caerá el telón de ese pequeño teatro entre fuertes y emotivos aplausos, porque la vida exige siempre empezar a vivirla de nuevo. En el subsuelo de la película está la idea de que el amor no conoce fronteras de ningún tipo, y el mensaje cifrado de que los enfermos de Alzheimer van perdiendo los recuerdos, pero no el alma, por lo que permanente están recibiendo sensaciones que, en ocasiones, resultan colosales y sanadoras en su mente deshilachada. El cariño, el afecto y la cercanía, constituyen, el principal medicamento para frenar el terrible Alzheimer. Y mucho de todo esto hay en esta deslumbrante película, que no dejará indiferente a todo el que quiera ir a verla.