Palabras vacías
Imaginemos una tarde de juegos de mesa con amigos. El tablero hace que las bebidas se agrupen en las esquinas y hay que tener cuidado con no manchar los dados con los dedos llenos de salsa. Todo el mundo conoce las reglas porque han jugado durante años; hay un árbitro, varios jugadores experimentados y alguien a quien nadie sabe quién ha invitado. Una persona está cansada de la misma cantinela, prefiere contar nubes antes que continuar en la mesa, se levanta porque es anti-juegos. Otro jugador, sin embargo, lo que quiere es arrojar las instrucciones al fuego: se han acabado los juegos de mesa para todos. Él sabe que nadie puede proponer algo divertido ni práctico, es mejor hacer lo que él diga. Ser apolítico es decir que todos son iguales, una actitud violenta y confrontativa repleta de soluciones que, por alguna razón, nunca han llegado a probarse. Cuando alguien quiera romper el sistema porque nada funciona, en realidad lo único que sabe es lo que le funciona a él. Detrás de cada crítica hay una intención. No dejemos que incendien nuestros derechos y libertades, porque después solo querrán vendernos el humo que quede de ellos.