Páginas vs. Pantallas

    12 oct 2024 / 09:34 H.
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    Sí, lo sabíamos. Tantos años de compartir aula con chicos y chicas nos ha permitido a los docentes, como en otros aspectos a las familias, desarrollar un especial sentido respecto a la lectura.

    En estos momentos en los que la inmediatez del mensaje, de la noticia, de las redes predispuestas a olvidar medio segundo después lo que se ha leído, satisface encontrar estudios que aclaran que “los alumnos y alumnas que “consumen” libros, obras, de más de cien páginas llevan mucha ventaja en cuando a comprensión lectora”. En esta sociedad actual es necesario recordarlo.

    Esa ventaja a la que aludíamos antes llega a ser equivalente a todo un curso académico. Si se manejan, leen, textos complejos se comprenden mejor los textos lineales. Y, no solo eso, se adquieren claves con las que extraer de forma más adecuada, válida y exitosa informaciones para las que se necesite combinar fuentes múltiples, incluso contradictorias. Pensemos en la dificultad de enfrentarse a cualquier dato relevante extraído de internet. La discrepancia entre lo buscado será directamente proporcional al número de fuentes consultadas. Y he ahí la necesidad de esa “Lectura” que abrirá las claves del propio conocimiento y, por tanto, de la construcción de un ciudadano crítico, conciliador y escudriñador entre realidades, hechos, y opiniones siempre interesadas.

    ¿Podemos conseguir los docentes en solitario despertar o, al menos, impulsar y favorecer ese afán lector? Obviamente, no. Las evidencias implican a las familias y al ambiente en que cada chaval de desarrolla. Hay estudios que indican que más del 20% de las habilidades lectoras y, por tanto, del “disfrute” lector provienen de factores medioambientales que engloban a su círculo familiar. Nunca nos cansaremos de proclamar a los cuatro vientos que ver leer a un padre, a una madre, a un hermano mayor, es, junto con el disponer en el hogar de un cierto número de libros o, en su defecto, promover el acceso a bibliotecas cercanas, es una de las mayores y mejores acciones con que “educar” a ese niño o niña que, tal vez, navega con más intensidad por pantallas que por páginas.

    Leer no puede ser efecto de la obligación escolar, al menos no en toda su extensión. Sobre esa sugerencia lectora del aula ha de sobrevolar el propio interés y no solo en obras, digamos, literarias. Novelas, cuentos, libros divulgativos adecuados a la edad y, por supuesto, comics son escalones que, poco a poco, harán subir la propia personalidad y formar niveles de superación que influirán después, incluso, en la vida profesional.

    Si los niños son pequeños hay una actividad ideal que nos acompaña desde el inicio de los tiempos: leerles en voz alta, dramatizar en pequeña escala lo que les estamos contando, hacerles participar con preguntas sobre tal o cual personaje si ya tienen suficiente edad, jugar después a pensar qué podría haber pasado si cambiara un detalle del cuento, etc. Y ahí son los padres y madres, las familias, quienes tienen que tomar conciencia de ser los capitanes del barco lector en el que navegarán sus niños posteriormente.

    Hay más protagonistas que pueden formar parte de la historia: abuelos, primos, hermanos, amigos, todos pueden ir remando hacia el hábito lector y hacer paradas en la propia biblioteca de casa, en la del colegio, en la municipal y también en las librerías. Cuando el niño nos acompaña y nos ve ojear y hojear libros, aspirar ese aroma que desprende el papel, observar portadas, lomos, colores, anuncios de nuevas ediciones, sentirá que ese mundo al que sus padres pertenecen es también el suyo. No será necesario que leer se convierta en una tarea escolar gravosa, obligada y dura. Al contrario, fluirá lenta pero incansablemente su espíritu lector. Podemos, incluso, dejar que ellos elijan sus propios libros al principio, indicándoles muy suavemente alguna pista que no les obligue, sino que les haga decidir por sí mismos. Llegarán, sin duda, a su propio criterio lector personal. Leer es un excelente pasaporte hacia el futuro.

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