Página en blanco
Todo está por escribirse. La tarde adelanta su miel en las fachadas y lleva su fresco a las sierras, donde el agua oscurece su esmeralda en las albercas que dejan de frecuentar los niños frioleros. Los amantes se olvidan de mirar en el buzón por si queda algo de aquella vez sobre la orilla. Los despertadores agujerean los sueños con la hora restablecida en su castigo matinal. Las hormigas se mandan telegramas desde las frutas abandonadas en los paraísos de hielo y cartón que anunciaban las agencias de viajes y el mar estira sin pudor su abanico vegetal en la arena sin dueño que renace a su despido. El demonio aprendiz regresa a los cuadernos que la edad clausura y el dedo de los asalariados empuja el interruptor de las pantallas donde claudican las deserciones y se amordaza el corazón felino que va y viene de la vigilia al cuenco que el verano extiende al precio de la sed.
Todo está por escribirse. Los escolares se acuerdan de Santa Bárbara y Santa Bárbara se aplica sobre los huertos donde crecen las calabazas y ladran los mastines contra esa memoria que abrirá baúles y ánforas y viejas cancelas que otros no se atrevieron a encontrar con la inocencia en retirada. La vida vuelve a probarse como la cocinera que acerca el labio a la primicia de su creación hasta dar con el punto exacto del escalofrío y llevar el perol al resto de la tribu hambrienta de algo nuevo que no se atreve a tocar ni a descubrir. Hay algo mágico en esa sensación de todo lo que supone empezar de nuevo. La carga de nuestros errores deja un generoso hueco a pequeñas ambiciones insignificantes que acaban construyendo el milagro de su oportunidad civil.
Todo está por escribirse. Las empresas de telefonía móvil reparten entradas para el circo dominical con que mi padre se adormecía junto al transistor para agotar de sí mismo su descanso. Los militantes repasan sus eslóganes y los que niegan tres veces antes de que cante el gallo cualquier afiliación y van pregonando su “humanidad inanimada”, ay Yeats, con eso de que lo nuestro, lo de aquí, lo que les corresponde a unos y a otros, lo que debemos decir y pensar para no llevar una cómoda existencia, los buenos patriotas y los malos, lo que debemos aplaudir cuando unos y desdeñar cuando los otros, torciendo torticeramente significantes tan extremos y crudos para nuestra conciencia democrática como exilio, represión, libertad.
Todo está por escribirse. A la par que los dompedros inclinan hacia la tierra sus gramolas delicadas hasta morir bajo la torrentera de las primeras lluvias, los lápices apuran el zarcillo de los uniformes y el olor a nuevo de los libros y la montaña enloquecida que asoma por los carros de la compra y las calles de nuevo en su apacible ebulloscopía y los propósitos y las colecciones de asuntos inútiles y las grúas y la cartelería de los eventos y las novelas que nunca terminaremos y la primera flexión en el gimnasio y la misa de la parroquia y el dominó que levanta su azar ficha a ficha ya para los de siempre en la taberna y aunque suene a lo de siempre todo está por escribirse.