Pacto moral

09 dic 2015 / 19:34 H.

La Constitución del 78 ha marcado un período de paz y progreso como pocos. Los que la vimos nacer lo sabemos. En aquellos años de pre-democracia, teníamos claro lo que queríamos, y nos echamos a la calle a defenderlo con el riesgo asumido de recibir la cornada en las temibles arrancadas de aquellos cárdenos policías que se venían de largo derechos al bulto. Libertad, justicia, honestidad.., eran las palabras más sonadas de aquellas manifestaciones en las que apoyaban los partidos sus primeros mensajes. No se trataba de diseñar una política concreta sino un marco diferente para vivir de una forma diferente.

El mismo régimen, forzado por la situación, se autoliquidó. Y nos hicimos una Constitución. Mucha gente se quedó en el camino cuando sus ilusiones políticas, sus utopías, sus idealismos chocaron con la política real. La mayoría nos adaptamos a la nueva situación, aceptando como mal menor las imperfecciones de un sistema que tenía que contentar a muchos a la vez. Pero la práctica política, el elitismo autocomplaciente, y la técnica electoral para llegar al poder, evolucionaron desde la trampa en el voto por correo, —hay que ir a algunos pueblos en estas fechas—, a la industria electoral con dineros en Suiza, control de cajas de ahorros y estructuras internas de los partidos tan cerradas como el mismísimo Movimiento Nacional. Mejoramos nuestras vidas, pero acomodados en el bienestar económico, fuimos dejando la política en manos de élites profesionalizadas, instalándonos en el “cada cual a lo suyo”. Ante la degeneración paulatina de los valores iniciales nos instalamos en la creencia, —fomentada—, de que “esto es así”.

Y así, relajados y desunidos, no dimos la talla en los momentos que más había que darla. El “todo vale” nos ha llevado hasta aquí, y más que pactos electorales, para salir adelante, necesitamos de un gran pacto moral, empezando por revisar las actitudes propias de todos y cada uno de nosotros. Y a tirar “palante”, que en peores plazas hemos toreado.